miércoles, 20 de abril de 2011
La Semana Santa en la Iglesia Ortodoxa II. El Jueves Santo.
La vigilia del Gran Jueves Santo es exclusivamente dedicada a la Cena Pascual que Cristo compartió con sus doce apóstoles. El tema principal de este día es la Cena misma, en que Cristo exhortó que se comiera la Pascua de la Nueva Alianza en memoria de Él, de Su Cuerpo partido y de Su Sangre derramada para la remisión de los pecados. La traición de Judas y el lavado de los pies de los discípulos por Jesucristo también son centrales a la conmemoración litúrgica de este día.
Durante la vigilia del Gran Jueves Santo, se lee el relato acerca de la Ultima Cena tomado del Evangelio de San Lucas. En la Divina Liturgia, la lectura del Evangelio está compuesta por partes de los relatos de los cuatro evangelistas. Los otros himnos y lecturas del día también hacen referencia al mismo misterio central.
Cuando los gloriosos apóstoles eran iluminados mientras Jesús lavaba sus pies, el impío Judas fue oscurecido por el amor al dinero. Y a jueces inicuos Te entregó a Ti, oh Justo Juez. Mira, oh amante del dinero, al que por su causa se ahorcó con una cuerda. Huye del alma insaciable que se atrevió a tal extremo contra el Maestro. Oh Señor, que trata a todos con justicia, gloria a Ti. (Troparion del Jueves Santo)
Venid todos los creyentes, a participar en la invitación Real del Maestro, en la Mesa de la Inmortalidad, en el lugar alto, con las mentes elevadas, oh fieles, y comamos con regocijo, aprendiendo palabras sublimes del Verbo, a Quien le agradecemos. (Novena Oda del Canon de Matutinos)
El Jueves Santo se celebra la Divina Liturgia de San Basilio el Grande unida al oficio de vísperas. El largo evangelio de la Ultima Cena es leído después de las lecturas de Éxodo, Job, Isaías, y el capítulo once de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios. En lugar del Himno de los Querubines en el ofertorio de la Divina Liturgia (la Gran Entrada), se canta el siguiente himno, el cual también se canta durante y después de la Comunión:
Acéptame hoy, oh Hijo de Dios, como partícipe de Tu Mística Cena. Pues no revelaré yo tu misterio a tus enemigos, ni te daré un beso traidor, como Judas.
Sino como el Buen Ladrón te digo, Acuérdate de mí, Señor, en Tu Reino.
La celebración litúrgica de la Cena del Señor, en el Jueves Santo, no es un mero recordatorio anual de la “institución” del sacramento de la Santa Comunión. De la misma manera, el acontecimiento de la Cena Pascual no era un acto de última hora por parte de Jesús para “instituir” el sacramento central de la Fe Cristiana antes de Su pasión y muerte. Al contrario, toda la misión de Cristo, e incluso el propio objetivo de la creación del mundo, es para que la criatura bienamada de Dios, hecha en Su propia Imagen y Semejanza, pudiera estar en la más íntima comunión con Él por toda la eternidad, comiendo y bebiendo en Su mesa, en la eternidad del Reino. Es eso lo que Cristo anuncia a sus apóstoles en la cena, y a todos aquellos que entienden sus palabras y creen en Él y en el Padre Quien lo ha enviado.
No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha complacido daros el Reino. (Lucas 12,32)
Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino…” (Lucas 22,28-30)
Por lo tanto podemos decir en verdad, que el Cuerpo partido y la Sangre derramada de que Cristo habló en Su Última Cena con los discípulos no fue meramente una anticipación de los acontecimientos históricos que venían. Sino, que lo contrario: todo cuanto había de venir – la cruz, la tumba, la resurrección al tercer día, la ascensión a los cielos – sucedió precisamente para que el ser humano pudiera entrar en comunión eterna con Dios.
Así la “Mística Cena del Hijo de Dios” que se celebra continuamente en la Divina Liturgia de los domingos y días de fiesta, es la esencia misma de lo que será la vida en el Reino de Dios por toda la eternidad.
“Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios.” (Lucas 14,15)
“Bienaventurados los que son llamados al Banquete de las Bodas del Cordero.” (Apocalipsis 19,9)
Generalmente se celebra anticipadamente el oficio de Matutinos del Viernes Santo el día Jueves Santo en la noche. La principal característica de este oficio es la lectura de 12 textos seleccionados de los Santos Evangelios, todas las cuales son relatos de la pasión de Cristo. La primera de estas doce lecturas es Juan 13,31 al 18,1. Es el largo discurso de Jesucristo con sus discípulos finalizándose con su llamada “oración sacerdotal”. La última lectura de las doce relata cómo sellaron la tumba de Cristo y colocaron una guardia. (Mateo 27, 62-66)
Se leen estas doce lecturas de los Evangelios acerca de la pasión de Cristo durante el oficio de Matutinos, con la entonación de distintos himnos y salmos entremedio. Toda la himnología está relacionada con el sufrimiento de Cristo y basada en gran parte en textos de los evangelios y en las escrituras y salmos proféticos. Después de la lectura del quinto evangelio, el sacerdote lleva la Cruz en una solemne procesión alrededor del templo, mientras canta el himno:
“Hoy fue elevado sobre un madero Aquel que levantó la tierra sobre las aguas…”
Esta cruz es entonces colocada en medio del templo, adornada con una corona de flores y velas, para que los fieles la veneren. Es un momento de especial solemnidad, y la cruz permanece allí hasta la celebración de Vísperas anticipada el Viernes Santo en la mañana.
Después de la lectura del sexto evangelio, se canta las Bienaventuranzas (tomadas de Mateo 5), en que se da especial énfasis a la salvación otorgada al buen ladrón quien fue reconocido en el Reino de Cristo.
Padre T. Hopko
(Tomado de www.iglesiaortodoxa.cl)
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