Los Padres del VII Concilio Ecuménico, dicen con relación al icono: “Vimos lo que escuchamos” “El icono nos muestra silenciosamente lo que dice la Palabra”.
También sabemos por San Pablo que ninguno puede decir: “Jesucristo es el Señor si no es movido por el Espíritu Santo” (1 Cor. 12, 3). Así también ninguno puede escribir el icono del Señor si no es movido por el Espíritu Santo. Pues El es el Iconógrafo Divino (iconoplastés).
Según los Santos Padres el Espíritu Santo es quien toma la Belleza que comunica el esplendor de la santidad y se revela como “Espíritu de la Belleza”. Según San Gregorio Palamas, “En el seno de la Santísima Trinidad el Espíritu es el gozo eterno en el cual los tres se complacen juntos”. Explicita el Dogma Trinitario diciendo: “Si el Hijo es la Palabra que el Padre pronuncia y que se hace Carne, el Espíritu la manifiesta, la hace audible y nos la hace escuchar en el Evangelio; entre tanto Él permanece oculto, misterioso, silencioso, nunca habla de El mismo”.
La obra del Espíritu Santo, como Espíritu de belleza es una poesía sin palabras. Los atributos más conocidos del Espíritu Santo son: la vida y la luz. La luz es ante todo potencia de revelación; por eso Dios revelado es llamado “Dios Luz”.Ya dentro de nuestro plano óptico, el ojo no percibe los objetos en si mismos si no es por la luz que esos objetos reciben.
El objeto es visible porque la luz lo hace visible. La Palabra de Dios en el día de la creación fue: “Que se haga la luz”. Esta luz no es la que aparece en el cuarto día cuando Dios crea los astros, esta luz es la “luz increada” de la cual hablan los Santos Padres. “El Padre pronuncia la Palabra, el Hijo la cumple y el Espíritu Santo la manifiesta; es la Luz de la Palabra” (San Gregorio Palamas). Tenemos conocimiento de esta luz a través del Génesis: “Haya Luz” (Gen. 1, 3). Nuestro Señor expresa: “Yo soy la luz” ( Jn. 8, 12). El Padre es la Luz, el Hijo es Luz, el Espíritu Santo es Luz. La Luz es la potencia de la revelación, la luz de Dios (Jn. 1, 5).
La acción del Espíritu Santo condiciona todo acto en que lo espiritual toma cuerpo, se encarna, se convierte en Cristofanía ( manifestación de Cristo). El Espíritu Santo cubre a María con su sombra y la hace Madre de Dios. De la Encarnación nace el Cristo. De un bautizado nace un miembro de la Iglesia. Del vino y del pan hace el Cuerpo y la Sangre del Señor. De la Santa Faz hace un Icono. Así se convierte en Iconógrafo Divino que realiza el arquetipo del cual vienen todos los iconos.
Estas acciones son “del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo” (San Basilio). La acción del Espíritu Santo coloca a la Iconografía en la condición de arte sagrado y en un camino de santificación del hombre; y por otra parte, esta acción eclesiástica hace del icono un lugar teológico y por tanto fuente de Teología.
La oración para la Consagración del los Iconos dice: “Señor Dios, Tú creaste al hombre a Tu imagen. Ha quedado oscurecida. Mas la Encarnación la restaura y la restablece en su dignidad primera. Ahora nos inclinamos delante de los iconos, veneramos Tu Imagen y Tu Semejanza y en ellos te glorificamos”. Por tanto, el icono se realiza teniendo en vista el Misterio de la Encarnación y está condicionado por la creación del hombre “a imagen y semejanza de Dios”. Por todo esto, cualquier alteración o error dogmático de la Santísima Trinidad conduce a la desacralización del arte iconográfico.
El Icono es la Teología de la Imagen. “Quien a mí me ha visto, ha visto al Padre” (Jn. 14, 9); y realiza la teología bíblica del nombre. El nombre identifica la presencia; el nombre de Dios no puede pronunciarse en vano. El icono de Cristo, no lleva nombre, sólo letras; es el Innombrable. Este hecho se enraíza en esa noción por eso lo identifica como tal. El nombre en el icono identifica la presencia, ningún icono está terminado si no inscribimos el nombre o el título de lo que es representado. Moisés nos dice el nombre de Dios “Yo Soy el que Soy”(Ex. 3, 14). “Yo soy”. Jesucristo nos lo hace ver, nos muestra Su Imagen y el Espíritu Santo nos lo hace entender.
En el nimbo (aureola) de Cristo se inscriben las letras O – W – N, o sea “El Existente”: la presencia de esa inscripción resalta la naturaleza divina de Cristo y su consubstancialidad con el Padre.
O - del griego, omicrón, Yo.
N - del griego, ni, El Ser.
ON - simboliza: “Yo Soy”, el Innombrable.
W - del griego, omega, invocación, llamado, antepasado de antepasado.
“Yo soy el Alfa y el Omega” (Ap. 1, 8) Principio y Fin, Aquél que era, que es y que vendrá. Unión de Principio y Fin de la Biblia.
N - del griego, ni, El Ser.
ON - simboliza: “Yo Soy”, el Innombrable.
W - del griego, omega, invocación, llamado, antepasado de antepasado.
“Yo soy el Alfa y el Omega” (Ap. 1, 8) Principio y Fin, Aquél que era, que es y que vendrá. Unión de Principio y Fin de la Biblia.
Todo aquél que contempla el icono del Rostro humano de Cristo, Dios hecho Hombre, contempla el misterio de la Palabra y del Nombre. El arte iconográfico es sinérgico; el Espíritu ilumina al hombre.
Todos los iconos de Cristo dan la impresión de una semejanza tal que son reconocidos inmediatamente. Mas esa semejanza no es la de un retrato. Justamente lo que se revela en cada icono de una manera única no es la individualidad humana sino la Hipóstasis de Cristo; de esta manera es única, eclesial y personal al mismo tiempo. Por eso existen tantas “Santa Faz” cuantas veces los iconógrafos las han pintado. Mas su misterio está en que siempre lo reconocemos porque es “el Rostro de los rostros” “el Rostro del Inaccesible”.Según los Santos Padres, con Cristo la belleza de los cielos desciende a la tierra; la belleza se aproxima a nosotros, viene a nuestro encuentro, se hace íntima, se avecina unida a la substancia misma de nuestro ser. Cuando nuestro espíritu se lanza buscando la Belleza de la Divinidad, encontramos el icono.
Fuente: orthodoxworld.ru
No hay comentarios:
Publicar un comentario