Respondiendo a nuestras necesidades, Cristo nos mostró claramente que, para servirnos unos a otros, nos necesitamos unos a otros. No es suficiente servir de forma exterior, debemos darnos a nosotros mismos. Este hecho es la base del sacrificio de uno mismo, la base del amor. Sólo así podemos crecer, para tener una comunión real. Nosotros estamos llamados a servir así como cuando corremos a solventar una deuda. La raíz debe estar en el amor: para que puedas ver el misterio del otro, para ver en él un ser sin condición. Este es un misterio tácito, extraordinario, amar, profundizar espiritualmente con el otro, estar atento lo que significa el otro que me necesita. Servirle como si fuera el mismo Dios, como frente a un ser transparente que viene de Dios.
Es un misterio silencioso, que me sobrepasa. Y, sin embargo, el hecho es que el Hijo de Dios vino en el tiempo, asumiendo voluntariamente su necesidad de mí, mostrándome que me necesita. Quiere que le ame. Todo lo que Dios nos da no estaría completo si Él sólo nos amara, sin necesitar también nuestro amor. En esto radica el abandono de sí mismo, de parte de Dios: en el hecho de aceptar que nos necesita. Aquí se manifiesta el valor intrínseco y eterno que puso en nosotros.
“Mucho he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer” (Lucas 22,15).
“Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).
Pueblo desagradecido, regresa de tu desvío, a Aquel que has abandonado. Mira cuánto te ama y viene hacia tí, dándote vida y resurrección (del Sábado Grande, tono 5).
Cristo nos ha revelado nuestra responsabilidad frente a la creación, frente a los demás y frente a Él mismo. Por esto, Él nos ha revelado nuestro valor y su necesidad de nosotros. Me descubro responsable frente a Dios, responsable de hacer evidente su presencia en el mundo. Sólo con pensar en esta responsabilidad, en lo que valgo para Él, me lleno de un sutil temor...
Señor Jesús, dame poder para saber llevar esta responsabilidad!
Él se hizo a sí mismo dependiente de nosotros. Él mismo se ha puesto en necesidad. Se ha vestido como un mendigo, dependiente de mi propia piedad. Se ha puesto en una situación, por la que se alegra de mi amor y sufre con mi indiferencia.
Este hecho demuestra la relación de familia que hay entre Dios y nosotros; no tomamos suficientemente en serio nuestro carácter de imágenes de Dios. No podemos concebirle más como un ser rígido y majestuoso, siempre indiferente. Él nos ama, nos ofrece una atención infinita. Muestra un amor encendido hacia nosotros..
Jesús, amor infinito de Dios para los hombres, ten piedad de nosotros! Toca nuestros duros corazones, abrázanos con el amor a Tí. Concédenos amarte como Tú nos has amado, para poder amar a los demás como Tú los amas. Por tu amor a la humanidad, gloria a Tí!
Este amor a través del servicio, de Cristo frente a Dios y frente a los hombres, es la base de la Iglesia. Ella se fundamente en el amor de Dios hacia los hombres, amor que a su vez hace que cada hombre sea responsable frente a Dios y frente a los demás. Por esto, la Iglesia es un pueblo de servidores, un pueblo responsable en la historia.
Existe una profunda unidad entre nosotros, los bautizados. Sentimos una profunda dependencia entre nosotros, una profunda obligación frente a los demás. Intentemos profundizar esta solidaridad, esta unidad en Dios. Esta unidad nos viene de Cristo: el origen de la Iglesia como unidad está vinculada a Cristo, de la responsabilidad de Cristo. Él no sufrió sólo porque los hombres viven en infelicidad, porque son pecadores y tristes. Él sufrió en la Cruz, constatando que los hombres no le aman. Aunque les dió todas las muestras de Su amor, fue abandonado por aquellos.
Él vivió no sólo el sentimiento que el Padre le abandonaba, sino también que los hombres le habían abandonado. Abandonado por Dios y por los demás... Nuestra fe cristiana guarda todavía tanta profunidad, que los teólogos tienen que saber valorar!
La palabra ha devenido plenamente eficaz en nosotros, provocando una respuesta adecuada a ella. El misterio de la Cruz de Cristo probablemente expresa el misterio del amor ignorado o incluso rechazado. Pero en este rechazo, el amor se muestra una vez más, en su gratuidad y en su forma absoluta. Porque este aspecto supone también el sufrimiento, que a su vez es también una muestra de la grandeza del amor. Cómo saber si amas verdaderamente a alguien, si no has sufrido por él? Si no he sufrido por tí, cómo podría atreverme a decir que te amo? Mi sufrimiento es al mismo tiempo una felicidad, porque a través de ella se muestra la grandeza del amor. Es una "tristeza que hace nacer la felicidad" (San Juan Climaco)
La Iglesia se crucifica por amor. Por amor a Dios, se entrega totalmente, en una entrega que sufre también rechazo. Este amor es una forma de darse, pero respetando la libertad del otro.. Darte, sin imponerte: esto significa servir. Ayudar a los demás, orar por ellos, salvar vidas, pero todo sin someter su libertad, sin atentar contra su libertad: esta es una gran responsabilidad. Porque el individuo no puede crecer si no es libre.
Señor y Dios nuestro, dales tu Espíritu Santo para que Te conozcan a través de Él.
La Iglesia es la unidad de hombres y mujeres, en la que la conciencia de la responsabilidad en Cristo ha alcanzado un nivel más alto de pureza. Ellos, entonces, empiezan a conocer que tienen una responsabilidad más alta frente a los demás, frente a todas las personas y no solamente frente a los demás miembros de la Iglesia; talvez sólo así podamos hacer accesible el Evangelio a los otros. Los apóstoles y sus discípulos más inmediatos, de los primeros siglos, fueron ganando así a todo el mundo! Actualmente y con esfuerzo, logramos ganar uno o dos... No tenemos más aquel fuego de responsabilidad, aquel fuego que viene del Espíritu Santo, dado por el Hijo y a través del cual el Hijo se da al Padre. Espíritu por el cual Cristo aceptó sacrificarse por nosotros y a través del cual sopló en nosotros aquella responsabilidad.
Esta responsabilidad debe vincularse al trabajo del Espíritu Santo. Es el fuego, la insistencia de trabajar por los demás, de darte a los otros, de entregarte a Dios. En este sentido, no podemos reconocer en la Iglesia el Cuerpo de Cristo, si ella no se entrega también. Este cuerpo recibe de Cristo el fuego de la responsabilidad por el que los bautizados se unen con los demás, y que se extiende en todo su alrededor.
Actualmente, entre los cristianos, existe a veces un activismo social muy sincero, pero sin fundamento. Tenemos conferencias en las que se discute encendidamente sobre la evangelización y las misiones. Se habla mucho sobre la responsabilidad, del hecho de estar al lado del que sufre, por ejemplo, en el tercer mundo. Pero no se dice nada sobre la raíz de la responsabilidad en Cristo. Falta una teología de la responsabilidad. Los hombres encuentran un alivio material para sus vidas, pero permanecen sin fe, porque no se les transmite el fuego de la responsabilidad en Cristo.
La responsabilidad de la Iglesia es aquella de ayudar a las personas a encontrar a Dios en forma personal. Las soluciones puramente materiales a la condición humana, no son suficiente. Es necesario que todo sea expresión del amor, del amor de Dios hacia los hombres, del amor de aquellos que buscan la vida eterna. ¿Qué gana el individuo si de todas formas no se encuentra con Dios, si no llega a conocer al Padre y su amor sin límites?
Si un niño llora, la mamá puede detener las lágrimas dándole un regalo. Pero. ¿Y si lo que el niño quería era, de hecho, el amor sincero de su mamá? Entonces, a pesar del regalo seguirá en su frustración, en su falta de consuelo.
El hombre se desarrolla en esta responsabilidad. Debemos practicar el ejercicio de esta responsabilidad, sin separar nuestra propia realización en la unidad, del amor recíproco, completo. De esta manera, podremos hacer una síntesis entre fe en Cristo y acción social; podemos dar una base seria, fuerte, llena del fuego de nuestra acción.
De lo contrario, sin un fundamento fuerte del amor en Cristo, nos estará manejando el espíritu de dominación. Si todos sienten su responsabilidad frente a Cristo, Quien vive en ellos y en la historia, existe entonces una posibilidad de crecer en comunión real, en amor sincero. Podremos entonces sentirnos, en evidencia plena, en comunión con el Padre, podremos sentirnos hijos del Padre y hermanos de Cristo. Es el signo de una verdadera fraternidad, de una verdadera herencia divina. Este es el objetivo: no solamente una satisfacción material, sino una satisfacción que vine de la plena comunión espiritual, que le ofrece al hombre la vida verdadera.
Para que viendo ellos nuestras obras, alaben también a Dios!
Si nos unimos a Cristo, en un momento dado desaparecerán todas las diferencias entre los hombres, toda separación, toda duda. Los hombres estarán, entonces en una verdadera y total comunión. No existirá ninguna diferencia entre el otro y yo, entre Cristo y yo. Tendremos entonces a Cristo como hermano, a Dios como padre. Entonces será la profusión de todas las bondades espirituales de Dios, del Su inmenso amor. Será entonces la vida en sus riquezas, en su plenitud eterna. Porque actualmente vivimos en pobreza, no sólo material, sino principalmente espiritual, en un gran vacío espiritual.
Entonces tendremos una riqueza que crecerá sola, una plenitud sin límites, una luz eterna, una riqueza espiritual, una profundidad en el sentido del amor eterno. Será algo que ahora es imposible de describir.
Pareciera increíble el solo hecho de pronunciar las palabras anteriores. Pero nos podemos preguntar si un amor que merezca ese título, puede existir sin una determinada dimensión profética. Amar presupone la fe en un crecimiento infinito, un perfeccionamiento infinito de quien ama y quien es amado. Porque el amor implica de manera inexorable una dimensión profética de la fe. Quien ama en verdad, cree en el perfeccionamiento futuro del ser amado. Amar a alguien significa profetizar sobre él, significa verle en su perfeccionamiento futuro, en su plenitud.
Por ser la encarnación y la expresión del amor de Dios hacia los hombres, la Iglesia tiene el valor de profetizar en la historia. La fe en el regreso glorioso de Cristo, es la fe en la realizción plena de las promesas que contiene el Evangelio.
Deben existir entre nosotros, cristianos, seres capaces de llevar a cabo este alto llamado. Al mismo tiempo, ellos podrán testimoniar lo que para los demás pareciera ser inaccesible. Existen seres insatisfechos, que buscan llegar más lejos del cumplimiento del Evangelio, afanándose, pidiendo perdón por sus imperfecciones, por el corto nivel al que han llegado. Están siempre en una tensión permamente, buscando llegar a un escalafón más alto. Buscar en verdad, unos en mayor medida, otros en una menor, ser capaces recíprocamente de alcanzar esta plenitud, ése es el contenido del llamado que hace Cristo, Él crea en nosotros esa tensión, llamándonos hacia Él.
Podemos vivir en esta tensión, como lo hacían los cristianos de los primeros siglos. Muchos de entre ellos aceptaban con alegría el martirio. Luego, cuando la Iglesia fue aceptada oficialmente por el Estado, el problema del martirio cambio de forma: se va al desierto, se abandona todo, se da todo. También actualmente se manifiesta esta tensión en nuestra vida, renunciando a ser como el resto del mundo, que promueve una ideología pero que no realiza ningún cambio interior.
No debemos decir que tenemos una vida diferente, sino debemos hacerlo evidente, sin vanagloriarnos para impresionar a los demás.
Muchos escritores e intelectuales se burlan de los miembros de la Iglesia, pero, si vieran un cristiano verdadero, un sacerdote verdadero, lo buscarían, lo respetarían: “cómo es posible que alguien viva así? Hagámoslo también nosotros!” No se trata solamente de buscar la palabra correcta, de poner en evidencia la espiritualidad de nuestra enseñanza. Debemos ante todo ser diferentes hacia los demás, sin pretender que hemos llegado a serlo.
Debemos tener el valor de seguir a Cristo...
“Por esto sabrán los hombres que sois discípulos Míos, al amarse unos a otros” (Juan 13, 35).
Amigos, procuren que el miedo no los aparte de Mí! Porque padezco, pero es por el mundo que padezco! No he venido a ser servido, sino que Yo soy quien sirve y doy mi alma por la salvación del mundo. Si sois mis amigos, sígamne, y aquel que quiera hacerse grande, que se haga pequeño...
Señor y Dios mío, dí a mi alma: levántate, ven y sígueme! Sé paciente conmigo, porque deseo obrar junto a Tí. Por tu amor a la humanidad, gloria a Tí!
(“Mica Dogmatică vorbită. Dialoguri la Cernica” – P. Dumitru Stăniloae. Traducción libre (de la cual me hago responsable), del texto aparecido en razbointrucuvant.ro. Imagen del blog de Vasile Calin)
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