Las celebraciones de la ortodoxia están estrechamente ligadas a los “ciclos del tiempo”. Tenemos tres ciclos: diario, semanal y anual. La celebración del ciclo diario está formada por una serie de servicios litúrgicos que coinciden con un tiempo del día determinado. La cuenta del día litúrgico se inicia por la tarde, porque las festividades eclesiales comienzan en la vigilia con respecto a la fecha del calendario; por ejemplo, la misa dominical, en la tarde del sábado.
El primer servicio litúrgico del día eclesiástico son las vísperas; tras ellas, tenemos la oración de la noche, la oración de medianoche, las laudas y las oraciones de las horas prima, tercia, sexta y nona. La oración de la hora prima nació tardíamente, mientras que la de las horas tercia, sexta y nona (respectivamente, a las 9, a las 12 y a las 3 de la tarde) ya eran momentos de oración en las celebraciones veterotestamentarias, y sólo más tarde han adquirido el nuevo sentido y contenido. En la cima de la jornada litúrgica se encuentra la liturgia divina, que se celebra habitualmente antes de la hora sexta (después de las 12). La liturgia divina está compuesta de partes invariables, es decir, fijadas para siempre, y de partes variables que corresponden al día respectivo de la semana y del año. De este modo, cada celebración tiene un tema litúrgico continuo. En vísperas, el tema es la espera del Salvador; el canto central de la oración de medianoche está dedicado a la segunda venida de Cristo; el tema de las laudas, al encuentro con el Mesías. Durante la oración de la hora prima (a las seis de la mañana) se recuerda el inicio de la jornada; durante la oración de la hora tercia (a las nueve de la mañana) se recuerda el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles; durante la de la hora sexta (al mediodía), la crucifixión de Cristo, y durante las de la hora nona (a las tres de la tarde), la muerte de Cristo.
El primer servicio litúrgico del día eclesiástico son las vísperas; tras ellas, tenemos la oración de la noche, la oración de medianoche, las laudas y las oraciones de las horas prima, tercia, sexta y nona. La oración de la hora prima nació tardíamente, mientras que la de las horas tercia, sexta y nona (respectivamente, a las 9, a las 12 y a las 3 de la tarde) ya eran momentos de oración en las celebraciones veterotestamentarias, y sólo más tarde han adquirido el nuevo sentido y contenido. En la cima de la jornada litúrgica se encuentra la liturgia divina, que se celebra habitualmente antes de la hora sexta (después de las 12). La liturgia divina está compuesta de partes invariables, es decir, fijadas para siempre, y de partes variables que corresponden al día respectivo de la semana y del año. De este modo, cada celebración tiene un tema litúrgico continuo. En vísperas, el tema es la espera del Salvador; el canto central de la oración de medianoche está dedicado a la segunda venida de Cristo; el tema de las laudas, al encuentro con el Mesías. Durante la oración de la hora prima (a las seis de la mañana) se recuerda el inicio de la jornada; durante la oración de la hora tercia (a las nueve de la mañana) se recuerda el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles; durante la de la hora sexta (al mediodía), la crucifixión de Cristo, y durante las de la hora nona (a las tres de la tarde), la muerte de Cristo.
Los servicios del “ciclo diario” incluyen tres ciclos: el vespertino, que está compuesto por la hora nona, las vísperas y la oración de la noche; el matutino, compuesto por la oración de medianoche, la de la hora prima (a las seis) y las laudas, y el del día, compuesto por la oración de la hora tercia (a las nueve), la de la hora sexta (a las doce) y la divina liturgia. Los servicios litúrgicos del ciclo diario constituyen el fundamento de todo cuanto reciben las celebraciones, y sus partes invariables, como regla, de la Sagrada Escritura. La participación en las oraciones comunes en el templo debería completarse con la oración “en las celdas”, es decir, la personal, y con la lectura de algunas oraciones especiales para las horas matinales y vespertinas de la jornada.
El “ciclo diario” de la liturgia se completa con el “semanal”. El primer día de la semana, el domingo (el día en el cual, según la traducción literal del término en lengua paleoslava, “no se hacen cosas mundanas”) se dedica a la Resurrección de Cristo. La liturgia divina del domingo se celebra muy solemnemente y casi nunca se suspende. También otros días de la semana tienen su “dedicación”: el lunes se recuerda a los Ejércitos Incorporales (el mundo de los ángeles); el martes, a Juan el Bautista; el miércoles y el viernes, a la Cruz de Cristo; el jueves, a los santos apóstoles y a san Nicolás; y el sábado, a todos los santos y difuntos. El miércoles y el viernes son días de ayuno: en estos días sólo pueden comerse alimentos vegetales.
Fuente: orthodoxworld.ru
Foto: doxologia.ro
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