La entrada "triunfal" en Jerusalém no fue para nada triunfal, no tuvo ni una pizca de vanagloria. Ni un hermoso caballo blanco, ni ceremonias militares, ni columnas de soldados. El emperador más pobre de entre los humanos, Quien no tenía ni donde recostar su cabeza, descalzo, con la cabeza descubierta, tenía sólo dos vestimentas y en lugar de cabalgadura, andaba a lomos de un burrito prestado, como prestadas eran las vestiduras de sus humildes discípulos. Pero si la entrada de Jesús en Jerusalém no fue triunfal, fue profética - el cumplimiento, punto a punto de lo que dijeran los profetas: Tu emperador, oh Jerusalém, vendrá a tí blando y humilde, montado en un pequeño burro (Zacarías, 9,9).
Si la entrada en Jerusalém no fue un triunfo de la gloria vana, es porque fue un triunfo de la verdad de los profetas, que se cumplía entonces. Por esto Jesús permitió las aclamaciones de las pobres multitudes, como unos que, en medio de un entusiasmo general, reconocían en Jesús al Mesías.
Un año antes, Jesús había huido de las multitudes, cuando querían coronarle. Ahora, los "hosana" de la muchedumbre no tenían como fin el de coronarlo como rey, sino que expresaban la alegría de reconocer Su reinado.
Eran como olas, olas de alabanzas y todavía Jesús no había entrado en Jerusalém. Cuando su caravana se empezó a acercar a aquel lugar, "temblaba" la tierra con los retumbos dados por las ovaciones hacia Aquel que venía en nombre de Dios, el Rey de Israel.
Algunos fariseos, resentidos al ver tal algarabía, le dijeron a Jesús que intentara controlar a sus discípulos, pero recibieron como respuesta algo que encendió más en ellos ese celo: "Si estos callan, las piedras de Jerusalém gritarán" (Lucas 19, 39-40).
Y los fariseos hicieron que las multitudes callaran, y aún más, después de tres días hicieron que la situación se tornara a la inversa, porque lograron que esa misma muchedumbre vociferara en los jardines de Pilato, contra Jesús, pidiendo que fuera crucificado junto a un par de ladrones.
Así, los fariseos le mostraron a Jesús cómo debe "controlarse" a las multitudes, modelo de opinión pública, con su terrorífico poder de acobardar y alborotar. Esta era la verdadera imagen de los fariseos.
La masa se impresiona fácilmente por los milagros y, verdaderamente, no teniendo ninguna consistencia, empieza a dudar cuando empiezan a soplar otros vientos, con cualquier cosa. La masa puede ser intimidada, comprada, mentida y enviada al foso. Este es el modelo democrático ("demono"-crático de nuestros días).
Jesus sabía todo lo que le esperaba. Por eso, acercándose a la ciudad de Jerusalém, lloró por ella, porque no conocía el día en que vendría el juicio de Dios sobre ella. Asi, aunque profetizó su destrucción, de manera que no quedaría piedra sobre piedra, para que luego fueran las piedras las que gritaran.
Como testigo de su vieja gloria sólo queda el "muro de las lamentaciones", que atrae muchas personas aún en nuestros días. (Le tocó sufrir) Uno de los castigos más graves: el castigo del abandono.
Una exclamación más profética que aquella de las piedras no ha existido jamás, como el castigo a Jerusalém y su ruina, que no pudo volver a rehacerse; cada vez que se ha intentado reconstruir la vieja ciudad, han salido llamas de la misma tierra para impedirlo.
He aquí por qué, en medio de esa multitud que le laudaba y le alababa en ese domingo ("de ramos" o "de las flores"), el único que estaba triste era Jesus, porque podía ver a través de las personas, a través de los siglos, incluso a través de las piedras de Jerusalém, todo lo que vendría con el tiempo.
Traducción libre tomada de:
P. Arsenie Boca. "Talanti.imparatiei". Editura Credinta stramoseasca. Iasi, Rumanía, 2004.
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