martes, 14 de agosto de 2012

Sobre la Dormición de la Virgen, Madre de Dios.

Ícono en la Catedral de Targu Neamt, Rumanía.

"Aconteció una vez que la Santísima Virgen María se encontraba orando en el Monte de Eleón (cerca de Jerusalén) cuando se le apareció el Arcángel Gabriel con una rama de palma del Paraíso en sus manos y le comunicó que en tres días su vida terrenal iba a llegar a su fin y que el Señor se La llevará consigo. El Señor dispuso que, para ese entonces, los Apóstoles de distintos países se reunieran en Jerusalén. En el momento del deceso, una luz extraordinaria iluminó la habitación en la cual yacía la Virgen María. Apareció el propio Jesucristo, rodeado de Ángeles y tomó Su purísima alma. Los Apóstoles enterraron el purísimo cuerpo de la Madre de Dios, de acuerdo a Su voluntad, al pie de la montaña de Eleón, en el jardín de Getsemaní, en la gruta donde se encontraban los cuerpos de Sus padres y el de San José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros. Con sólo tocar el lecho de la Madre de Dios, los ciegos recobraban la vista, los demonios eran alejados y cualquier enfermedad se curaba.
Tres días después del entierro de la Madre de Dios, llegó a Jerusalén el Apóstol Tomás que no pudo arribar a tiempo. Se entristeció mucho por no haber podido despedirse de la Virgen María y, con toda su alma, expresó su deseo de venerar Su purísimo cuerpo. Cuando se abrió la gruta donde fue sepultada la Virgen María, Su cuerpo no fue encontrado y sólo quedaron las mantas funerarias. Los asombrados Apóstoles retornaron a su vivienda. Al anochecer, mientras rezaban, oyeron un canto angelical y al levantar la vista pudieron ver a la Virgen María suspendida en el aire, rodeada de Ángeles y envuelta en un brillo de gloria celestial. Ella les dijo a los Apóstoles: "¡Alégrense! ¡Estaré con ustedes todos los días!"
Su promesa de ser auxiliadora e intercesora de los cristianos se mantiene hasta el día de hoy y se convirtió en nuestra Madre celestial. Por Su gran amor y Su ayuda todopoderosa, los cristianos desde tiempos remotos la veneran y acuden a Ella para pedir ayuda y la llaman "Fervorosa Intercesora por el género humano," "Consuelo de todos los afligidos" y quien "no nos abandona después de Su dormición." Desde tiempos remotos, y siguiendo el ejemplo del Profeta Isaías y de Santa Elizabet, empezó a ser llamada Madre de Dios (o Deípara) y Madre de nuestro Señor Jesucristo. Este nombre surge como consecuencia de que Ella engendró a Aquél que siempre fue y será el verdadero Dios.
La Santísima Virgen María es un gran ejemplo para todos aquellos que tratan de complacer a Dios. Ella fue la primera que decidió entregar Su vida enteramente a Dios. Demostró que la voluntaria virginidad supera a la vida familiar y matrimonial. Siguiendo Su ejemplo, ya desde el inicio de los siglos, muchos cristianos empezaron a llevar una vida casta con oraciones, ayunos y la mente orientada a Dios. Así surgió y se afirmó el monacato. Lamentablemente, el mundo contemporáneo no ortodoxo no valora en absoluto y hasta se burla de la castidad, olvidándose de las palabras del Señor: "Porque hay eunucos (vírgenes) que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del Reino de los Cielos; el que sea capaz de recibir esto, que lo reciba" (San Mateo 19:12).
Completando esta breve visión de la vida terrenal de la Virgen María, cabe agregar que Ella, tanto en el momento de Su suprema Gloria, cuando fue elegida para convertirse en la Madre del Salvador del Mundo como también durante las horas de Su inmensa pena, cuando al pie de la cruz y según la profecía de San Simeón "una espada traspasó Su alma," demostró tener un pleno dominio de sí misma. Con esto, descubrió toda la fuerza y la belleza de Sus virtudes: la humildad, la fe inquebrantable, el valor, la paciencia, la esperanza en Dios y el amor hacia Él. Por eso nosotros, los ortodoxos, la veneramos con tanta devoción y tratamos de seguir Su ejemplo."

Tomado de fatheralexander.org 


La dormición de la Theotokos

"La Iglesia ortodoxa venera intensamente a la Madre de Dios – Theotokos (la Madre de Dios), o Panaghia (la Toda Santa), como preferimos nosotros referirnos a ella– exaltándola no como una piadosa excepción, sino justamente como un ejemplo concreto del modo cristiano de entregarse y responder a la vocación de ser discípulos de Cristo. María es extraordinaria solo en su virtud ordinariamente humana, que estamos llamados a respetar e imitar como devotos cristianos. Se conmemora su muerte el 15 de agosto, una de las doce Grandes fiestas del calendario ortodoxo.
A la hora de comprender la “sagrada alianza” o misterio de María, al que «nadie puede acercarse con manos inexpertas», la teología ortodoxa mira a la Escritura pero sobre todo a la Tradición, especialmente a la liturgia y a la iconografía. Al respecto, los cristianos ortodoxos vinculan a María ante todo a su papel en la divina encarnación como Madre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, mientras que al mismo tiempo la vinculan a una larga serie de seres humanos –y no divinos– que implica la continuidad de la historia sagrada llevando hasta el nacimiento del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, hace dos mil años. Aislar a María de este linaje preparatorio o “económico” la separa de nuestra realidad y la pone al margen respecto a nuestra salvación. También María necesita la salvación –como todos los seres humanos; aunque ha sido considerada “sin pecados personales”, sin embargo, permanece sometida a la esclavitud del pecado original. Aun siendo ella «más venerable que los querubines, e incomparablemente más gloriosa que los serafines», lo que vale para nosotros vale también para María. Aunque ha sido «bendita entre todas las mujeres», encarna la única cosa necesaria entre todos los seres humanos, esto es: entregarse a la Palabra de Dios y abandonarse a su voluntad.
Así, cuando los cristianos ortodoxos están en la iglesia y miran para arriba hacia el Pantokrator («aquel que lo contiene todo»), es decir, Cristo, que domina sus cabezas durante todo el culto, se encuentran directamente frente a la Platytera («aquella que es más espaciosa que todo»), es decir, la Madre de Dios, que está inmediatamente frente a ellos, justamente en el amplio ábside que une el altar con el cielo. Desde el momento que, al dar nacimiento a Dios Verbo y «concibiendo al inconcebible» en su seno, ella fue capaz de contener al incontenible y de hacer describible a aquel que no puede ser circunscrito.
Sabemos por la Escritura que cuando Nuestro Señor estaba clavado en la cruz, vio a su madre y a su discípulo Juan y se volvió hacia la Virgen María diciendo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y hacia Juan diciendo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 25-27). Desde aquel momento, el apóstol y evangelista del Amor cuidó de la Theotokos en su casa. Además de la referencia de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 14), que confirma que la Virgen María estaba con los apóstoles del Señor en la fiesta de Pentecostés, la Tradición de la Iglesia sostiene que la Theotokos se quedó en la casa de Juan en Jerusalén, donde continuó su ministerio con palabras y obras.
La tradición iconográfica y litúrgica de la Iglesia también profesa que en el momento de su muerte, los discípulos estaban esparcidos por el mundo anunciando el Evangelio, pero volvieron a Jerusalén para rendir honor a la Theotokos. A excepción de Tomás, todos los demás –incluido el apóstol Pablo– estuvieron entorno a su lecho de muerte. Cuando murió, Jesucristo bajó para llevar su alma al cielo. Después de su muerte, el cuerpo de la Theotokos fue llevado en procesión hasta una tumba cerca del Jardín del Getsemaní; cuando tres días después llegó el apóstol Tomás y quiso ver su cuerpo, la tumba estaba vacía. La asunción corpórea de la Theotokos fue confirmada por el mensaje del ángel y por su aparición a los apóstoles, todas estas cosas reflejan los acontecimientos relativos a la muerte, sepultura y resurrección de Cristo.

El icono y la liturgia de la fiesta de la muerte y sepultura de María trazan claramente un servicio fúnebre, subrayando al mismo tiempo las enseñanzas fundamentales respecto a la resurrección del cuerpo de María. La muerte de María es como una fiesta que afirma nuestra fe y esperanza en la vida eterna. Los cristianos ortodoxos se refieren a este acontecimiento festivo come a la “Dormición” (Koimisis, o “el dormirse”) de la Theotokos, más que a su “Asunción” (o “traslación” física) al cielo. Porque subrayar que María es humana, que murió y fue enterrada como los demás seres humanos, nos da la seguridad de que –aunque «ni el sepulcro ni la muerte pudieron retener a la Theotokos, nuestra inquebrantable esperanza y siempre vigilante protección» (del kontakion del día)– María está en realidad mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos; no nos ha abandonado. Como subraya el apolytikion para la Fiesta: «En el parto conservaste la virginidad y en la Dormición no descuidaste al mundo, oh Madre de Dios; porque te trasladaste a la vida por ser la madre de la vida. Por tus intercesiones, salva de la muerte nuestras almas».
Para los cristianos ortodoxos, María no es solo la que fue “elegida”. Ella simboliza sobre todo la opción que cada uno de nosotros ha de tomar como respuesta a la divina iniciativa por la encarnación (es decir, por el nacimiento de Cristo en nuestros corazones) y por la transformación (es decir, por la conversión de nuestros corazones del mal al bien). Como dijo san Simeón el Nuevo Teólogo en el siglo X, estamos todos invitados a convertirnos en Christotokoi (generadores de Cristo) y Theotokoi (generadores de Dios).
Que mediante sus intercesiones podamos todos ser como María, la Theotokos."
 Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla
       

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