"Yo no vivo más, sino Cristo vive en mí” (Gálatas 2,
20)
Amados hermanos, sacerdotes y cristianos
ortodoxos,
En la misericordia del Señor y bajo Su
protección, vivimos en estos días la felicidad de celebrar el Nacimiento de
Cristo, la llegada de un nuevo año y la proximidad de la Epifanía. El canto de
los villancicos ya ha entrado en nuestras casas, nuevamente nos encontramos con
nuestros seres queridos en una cálida atmósfera de familia, de tal forma que
las dificultades de un año lleno de problemas no se resienten tan
duramente.
Un momento de paz, entonces.
Ahora, en nuestras iglesias, con los santos oficios, exaltamos el Nacimiento de
Cristo, siendo llamados a acercarnos mucho más al gran misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios. “Grande es el misterio de la fe correcta”,
exclamamos en estos días junto al Santo Apóstol Pablo.
“Dios Se ha revelado en cuerpo, Se ha
tornado en el Espíritu, ha sido visto por los ángeles, Se ha dado a conocer
entre pueblos, ha sido creído por el mundo, Se ha elevado en gloria”.
¿Por qué sucedió todo esto? ¿Cuál es
el propósito del descenso de Dios a la tierra? ¿Cuál es el significado de estos
silenciosos e impresionantes misterios?
La Divina Escritura, los
Santos Padres y la consciencia litúrgica de la Iglesia atestiguan, de igual
manera, la gran verdad de la Encarnación del Hijo de Dios y los
efectos de este suceso para la vida del mundo. Dios Se encarnó para
“salvar a Su pueblo de sus pecados” [2]. “Encarnándose en la Santa
Virgen”, dice el Gran Basilio, Dios “Se humilló a Sí mismo, adquiriendo imagen
de siervo, haciéndose semejante a nuestro simple cuerpo, para asemejarnos, a su
vez, a la imagen de Su gloria”. [3] “Cielo y tierra hoy se han unido,
naciéndose Cristo”, canta la Iglesia en las vísperas de la Navidad “Dios a la
tierra ha venido y el hombre a los cielos ha subido” [4]
Amados hijos e hijas espirituales,
Hace dos mil años, “al cumplirse el
tiempo”[5], como dice el Santo Apóstol Pablo, Dios descendió entre nosotros,
los hombres. Por obra del Espíritu Santo, Cristo nació de la Purísima Virgen
María, vivió entre nosotros los hombres, nos reveló la verdad, sufrió de una
muerte de cruz, resucitó al tercer día y subió al cielo.
El Nacimiento, la Muerte, la
Resurrección y la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, son eventos que
sucedieron en un determinado momento de la historia humana, en un lugar
determinado, entre personas concretas, que luego darían testimonio de todo esto
acontecido.
¿Tienen,
acaso, estos sucesos, un significado puramente histórico o son vistos también a
través del prisma de los alcances que tendrían y aún tienen sobre la existencia
humana y del universo en general? La respuesta es sólo una: todo eso sucedió “por
nosotros y por nuestra salvación”, así como decimos en el Credo, como un brotar
incesante del amor de Dios hacia Su creación. “Porque tanto amó Dios al mundo,
que dio a Su Hijo Unigénito para que todos crean en Él y no se pierdan, sino
que tengan vida eterna” [6], diría el mismo Cristo.
Bendecido con semejante don divino, el
hombre es llamado a abrirse para cumplir en plenitud con el misterio de la
salvación en su propio ser. Si Dios descendió a la tierra, el hombre está
llamado a elevarse a los cielos. Si Dios Se encarnó y Se hizo hombre, el hombre
está llamado a recibir el Espíritu Santo y a deificarse. Si Dios se encarnó en
el vientre de la Virgen, el hombre está llamado a prolongar en sí mismo el
misterio de la Encarnación, el misterio del Nacimiento de Cristo.
Amados hermanos y hermanas en Cristo
el Señor,
El Reino de los Cielos es dada incluso
desde este mundo a los que se convierten en “templo del Espíritu Santo” [7] y
confiesan, junto al Divino Pablo: “Yo no vivo más, sino Cristo vive en mí” [8].
Esto es el cumplimiento de lo que Nuestro Señor Jesucristo testificaba orando
antes de su Pasión: “Estos”, es decir, quienes siguen a Cristo, “que en
Nosotros sean uno, así como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti (…) Yo en ellos y Tú en
Mí, para que ellos también sean plenos en la unidad” [9].
La
vida entera de la Iglesia está centrada en la plenitud, en el mismo ser de los
hombres, de esta oración: Que Cristo, con el Padre y con el Espíritu Santo
estén en nosotros, y que nosotros, en nuestro cuerpo y alma, estemos en Dios.
El hombre, afirma San Simeón el Nuevo Teólogo, está llamado a “hacerse familiar
a Dios y también casa, y morada de la Trinidad divina, viendo claramente al
Creador y Dios suyo, hablando con Él cada día”[10].
A pesar de sus pecados, de sus debilidades de toda clase y de las muchas
heridas provocadas por aquellas en su alma, el hombre es llamado a no cesar en
la oración para devenir casa de Dios.
“Señor, Dios nuestro (…) así como
desde las alturas Te dirigiste hacia nosotros, inclínate también ahora hacia mí
para hacerme humilde. Y así como bien has querido yacer en un pesebre, en un
cobertizo para animales, así también ten a bien entrar en el pesebre de mi alma
y en mi impuro cuerpo” [11], repetimos en la oración de preparación para
recibir la Santa Eucaristía.
La presencia de Dios en el corazón, en la mente, en el alma, constituye
el tesoro más valioso del hombre. Es “el tesoro” descubierto en el vergel, que
merece cualquier sacrificio para ser encontrado. [12]; Es “la perla más valiosa”, para la cual
ningún esfuerzo es demasiado si deseamos obtenerla.
[13].
Sin la presencia de Dios en el hombre,
éste no tiene el don de la oración verdadera [14], no conoce la dulzura de la humildad, no
entiende la felicidad del perdón a los adversarios, no comprende el objetivo de
todo lo que le sucede a él, a lo que le rodea, al mundo. Esto, porque sólo “el
dedo de Dios sacude las cuerdas de la mente y las pulsa con el canto verdadero”[15],
como dice San Simeón el Nuevo Teólogo. Porque sólo “Dios, Quien habita en el
hombre, le instruye sobre lo futuro y lo presente, no con palabras, sino
por medio del mismo hecho, por la experiencia y la realidad” [16]. Todo eso
debido a que la vida cristiana no se fundamenta en “las sugestivas palabras
provenientes de la sabiduría humana”, como dice el Santo Apóstol Pablo, “sino
en la certeza del Espíritu y de los poderes (…) en la sabiduría en misterio de
Dios” [17].
Amados fieles,
El
misterio del Nacimiento de Cristo es vivido, entendido y testificado en su
verdadero sentido, por medio de la presencia del mismo Cristo en el corazón, en
la mente, en todo el ser. “El alma del hombre está destinada a ser pura y
ser madre”, dice San Máximo el Confesor. El alma del hombre está llamada a ser
limpia o purificada, simple y sin ninguna maldad, semejante al alma y cuerpo de
la Virgen María, para recibir, en misterio, a Cristo. Por medio de la vida en
pureza, con la oración y por el amor hasta el sacrificio, el hombre confiesa su
fe en Cristo, dándole entonces a luz, como una madre, en el alma y en la vida
de sus semejantes. En este sentido, la vida del hombre es un Belén permanente, un esfuerzo
indeleble para recibir a Cristo en su ser y dar su propia vida, ya portadora de
Cristo, en servicio a los demás.
¡Es
este un camino duro! ¿Quién puede andarlo? La respuesta nos la da el mismo
Señor Jesucristo: “Lo que para el hombre es imposible, es posible para Dios”
[18]. Nos atrevemos,
así, a anhelar que por nuestra fe ferviente en Cristo, Redentor del mundo, por
nuestra fuerte esperanza en Su eterna misericordia, por el amor incansable a
Dios y a nuestro prójimo – amigos o enemigos – el hombre se acerca a lo que los
Santos Padres llamaron “vida en Cristo”, “consecución del Espíritu Santo”
o “el abrazo amoroso y misericordioso de Dios Padre”.
La humildad, único camino que enaltece, el perdonar, único medio para
ser perdonados, la caridad, única manera de hacer deudor a Dios, la oración,
único modo de elevar al hombre al cielo, la Divina Liturgia, única forma que
trae a Cristo en Cuerpo y Sangre, son, de igual manera, las vías por medio de
las cuales el hombre es ofrendado en su ser con el mismo Cristo y le da a luz
en el corazón de los demás. El esfuerzo continuo de desvestirse del “dulce
veneno” de la falsa imagen de sí mismo, es decir, del orgullo, considerado “la
esencia profunda del pecado y del infierno” [19], libra al hombre del obstáculo más grande
que podría encontrar el introducir a Dios en todo su ser.
Cristianos
de los monasterios y cristianos laicos, todos formamos el pueblo llamado a
tener al Dios justo “Camino, Verdad y Vida”.
La Fiesta de la Natividad del Señor es un estímulo grande para concienciar en
este llamado, así como en la necesidad de una respuesta frente a éste.
Le ruego a Cristo el Señor para que
nos guarde bajo el cuidado de Su misericordia. Que nos perdone todas las faltas
que hemos cometido en contra de Su amor y en contra de nuestros semejantes en
el año que ahora termina. Que el Señor esté con nosotros, en la familia de cada
uno, en el monasterio o parroquia de la que seamos parte, en Moldova, en
nuestro país y en el mundo, durante todo el año entrante y a lo largo de toda
nuestra vida.
¡Que la Festividad del Nacimiento del
Señor traiga para cada quien felicidad santa, pan y vino sobre la mesa y, sobre
todo, paz y buena voluntad entre todos los hombres!
¡Muchas felicidades!
† Teofan
Metropolitano de Moldova y Bucovina
Notas bibliográficas
[1] 1 Timoteo 3, 16.
[2] Mateo 1, 21.
[3] Divina Liturgia de San Basilio el Grande, Arzobispo de Cesárea y Capadocia. .
[4] Verso segundo, tono I, La Litie, en Mineiul pe Decembrie, Editura Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, București, 2005, p. 434.
[5] Gálatas 4, 4.
[6] Juan 3, 16.
[7] 1 Corintios 6, 19.
[8] Gálatas 2, 20.
[9] Cfr. Juan 17, 21.23.
[10] San Simeón el Nuevo Teólogo Cateheze, Scrieri II, traducido por Diac. Ioan I. Ică jr., Editura Deisis, Sibiu, 1999, p. 150.
[11] Segunda oración, de San Juan Crisóstomo, del Canon de para la Sagrada Eucaristía.
[12] Mateo 13, 44.
[13] Mateo13, 46.
[14] Romanos 8, 26; Gálatas 4, 6.
[15] San Simeón el Nuevo Teólogo op. cit., p. 139.
[16] Ibidem, p. 181.
[17] 1 Corintios 2, 4.7.
[18] Lucas 18, 27.
[19] Archimandrita Sofronio, Cuvântări duhovnicești, vol. I, traducido del ruso por Ierom. Rafail (Noica), Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2004, passim.
[20]Cfr. Juan 14, 6.
Traducción libre del texto publicado en:
http://www.doxologia.ro/pastorala/emanuel-dumnezeu-este-cu-noi
¡Gracias!
ResponderEliminar