Usualmente, la mayoría de personas prefieren
callar cuando se discute algo sobre lo que no saben nada o que no entienden.
Esta actitud es, naturalmente, una muestra de sentido común. Imaginemos, por
ejemplo, una persona que no sabe nada de química, pero que sin embargo intenta
involucrarse siempre en discusiones sobre ese tema. Trata de cambiar, según su
propio saber y entender, distintas fórmulas químicas descubiertas luego de
muchísimo esfuerzo y estudio, alterando el orden de las mismas o modificando
algunos de sus enunciados. Sin duda, todos estaremos de acuerdo en afirmar que
semejante persona actúa con la más grande ineptitud y que no podemos sino
sentir compasión por él.
Existe, así, una temática que muchísimos se
consideran capaces de manejar plenamente, incluso asumiéndose como autoridades
en ella: se trata de aquello relacionado a la fe cristiana y a la Iglesia. Sin
embargo, este es un tema del que ya se han establecido limpiamente sus
distintas “fórmulas”, por medio del pensamiento teológico y el esfuerzo de
tantos preceptores dedicados en la fe y la piedad. Tales “fórmulas” se
encuentran muy bien fundamentadas y deben ser aceptadas por medio de la fe. No
obstante, no son pocos los que – sin contar con el menor fundamento - se
aventuran a discutir los problemas de la fe y de la Iglesia, llegando al
extremo de pretenderse audaces y decididos reformadores, deseando rehacer todo
lo ya establecido, de acuerdo a lo que ellos creen que es mejor. Y sucede que
cuando tales personas demuestran su insuficiencia de conocimientos o que son
cortos de entendimiento, entonces se resisten con mayor fuerza a quedarse
callados. No solo quieren hablar, sino llegan al extremo a levantar la voz para
hacerse escuchar. Semejantes palabreríos
sobre distintos temas de la fe y de la
Iglesia llenan usualmente los medios de comunicación, desarrollando
fútiles discusiones, promovidas por ciertas personas que, curiosamente, raras
veces se detienen a meditar con seriedad sobre las cuestiones de la fe y de la
Iglesia. Y es así que, cuando deciden entrar a discutir esos temas, lo hacen
pronunciándose siempre en un tono autoritario
y acusador.
En el seno de una atmósfera así de confusa,
aparecen todo tipo de opiniones equivocadas, que luego se vuelven moda, porque
nadie intenta reflexionar en ellas o cuestionarlas. Cuando semejante clase de
opiniones empiezan a ser mayoría, entonces, puede suceder que empiecen a ser
asimiladas fácil e inconscientemente incluso por aquellos que aún mantienen un
nivel cierto de honestidad espiritual.
Entre ese tipo de opiniones predominantes,
talvez la más importante y aceptada, es aquella que me atrevería a
llamar “separación entre cristianismo e
Iglesia”. Es precisamente esta postura la que quiero analizar con la ayuda
de la Palabra de Dios y de los escritos
de los Santos Padres.
La vida de nuestro Señor Jesucristo da, a
quien lee los Santos Evangelios, momentos que enaltecen, que llenan el alma con
un sentimiento especial de grandeza. Podría ser que el instante más alto en la
historia de toda la humanidad, fue aquel cuando Nuestro Señor Jesucristo, en la
oscuridad de la noche austral, bajo la bóveda verde de los árboles a través de
cuyo ramaje parecía que el cielo mismo observaba con sus luminosas estrellas
nuestra tierra pecadora, en Su oración de Sumo Sacerdote exclamaba: "Padre
Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así
como Nosotros... Más no pido sólo por
éstos, sino también por todos aquellos que creerán en mí por su palabra. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en
mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros...” (Juan 17, 11 y 20-21).
Es necesario detenerse con especial atención
en estas palabras de Cristo, porque en ellas se define con claridad la esencia
de todo el cristianismo. El cristianismo no es una especie de doctrina
abstracta que se recibe intelectualmente y que puede ser interpretada
libremente por cualquier persona. Al contrario, el cristianismo es una forma de
vida en la que las personas “individuales” se unen entre ellas, de tal suerte
que esa unión viene a parecerse perfectamente a la unidad existente entre las
Personas que conforman la Santísima Trinidad. Como vimos, Cristo no oró
pidiendo solamente que Sus enseñanzas fueran guardadas de forma que pudieran
ser divulgadas por todo el mundo, sino pidió por la unidad de todos los que
creen en Él. Cristo le pidió a Su Padre Celestial por el establecimiento o
mejor dicho, por el re-establecimiento en el mundo de la unidad natural entre
la humanidad. La humanidad fue creada de un tronco común y un solo linaje
(Hechos 17, 26).
De acuerdo a las palabras de San Basilio el
Grande, “no existirían las divisiones,
enemistades y guerras entre pueblos, si el pecado no hubiera dividido a los
hombres… este fue el plan principal
del Redentor para con los hombres: que la humanidad entre sí y con Él se una y,
destruyendo la maligna escisión, regrese a la unidad original, así como el
experto médico reconstituye el cuerpo separado en partes”.
La Iglesia se constituye en esta unidad de
personas individuales; no sólo la de los apóstoles, sino la de todos los que
creen en Cristo por medio de las palabras de aquellos. No existe nada en este
mundo que pueda semejarse a la comunidad de los que tienden a la salvación.
Ciertamente, no hay en la Tierra alguna otra forma de unidad que pueda
parecerse a la unidad que significa la Iglesia. Una unidad similar la encontramos
solamente en el cielo. En el cielo, el extraordinario amor entre Padre,
Hijo y Espíritu Santo logra la unidad de
tres Personas en Una, de tal manera que no existen ya tres Personas, sino Un
Dios, viviendo una vida unitaria. Esos por los que Cristo le pidió a Su Padre
Celestial “… para que el amor con que tú
me amas esté en ellos y también yo esté en ellos." (Juan 17, 26) son
llamados a tal nivel de amor, que funda a todos en la unidad.
En las palabras de Cristo mencionadas
anteriormente, la verdad de la Iglesia es puesta en relación estrecha con el
misterio de la Santísima Trinidad. Quienes entran en la Iglesia y la aman, se hacen semejantes a las tres
Personas Trinitarias, cuyo amor les une en un solo Ser. La Iglesia es también la esencia única de muchas
personas, cimentada en el fundación moral del amor.
Así, toda la obra terrenal de Cristo no debe
interpretarse sólo como una doctrina. Cristo no vino al mundo a anunciar
algunos enunciados teoréticos, no. El vino a forjar una vida completamente
nueva para la humanidad, es decir, la vida en Iglesia. Recordemos que Él mismo
anunció la edificación de Su Iglesia (Mateo 16, 18).
Esta nueva comunidad humana, según la idea
del mismo Señor, se diferencia esencialmente de todas las otras clases de
asociaciones de hombres. El mismo Cristo habló muchas veces sobre Su Iglesia
como sobre el Reino de Dios, diciendo que tal reinado no es de este mundo, no
es temporal: no puede compararse con cualquier tipo de imperio terrenal.
La
idea de la Iglesia, como una nueva y perfecta organización social, completamente
distinta por ejemplo, a la organización social estatal, está muy bien expresada
en una de las oraciones que hacemos en la Fiesta del Descenso del Espíritu
Santo, cuando la Iglesia recuerda y festeja, precisamente, su comienzo. "Cuando descendiste uniendo las lenguas
divididas, oh, Soberano, cuando repartiste las lenguas de fuego, llamaste a todos para
que nos unamos y glorifiquemos en unidad al Espíritu Santísimo." Aquí la fundación de la Iglesia se contrapone a la Torre de Babel y a
la "confusión de idiomas." Justamente, entonces, durante la
edificación de la Torre de Babel, Dios descendió para confundir las lenguas y
dividió, como Soberano,
a los pueblos.
El relato bíblico sobre la Torre de Babel tiene un significado muy
profundo. Justo antes de esta historia, la Biblia nos habla sobre los primeros
éxitos de una humanidad disoluta dentro del ámbito de la cultura y de la vida
en comunidad civil;
justo antes de la "confusión
babilónica" la gente comenzó a erigir las ciudades de piedra. Y he
aquí que Dios "confundió" los idiomas de los habitantes de la
tierra de tal manera, que ellos perdieron la capacidad de comprenderse los unos
a los otros y se dispersaron por toda la tierra (Génesis
17:4-8). En esta "confusión
Babilónica" está presentado un determinado tipo de organización social
civil o estatal,
basada solamente en una verdad humana: las normas jurídicas.
He
aquí unas importantes palabras del filósofo ruso V.S Soloviov: "La Ley es la exigencia coercitiva de
realizar cierto mínimo bien u orden, que no permita que se manifieste determinado mal."
Si aceptamos esta definición del Derecho, evidentemente, notaremos que no
coincide en absoluto con la idea del amor cristiano. La ley (jurídica)
concierne a las relaciones exteriores humanas, evitando la esencia del hombre. Una
sociedad erigida únicamente sobre bases normativas-jurídicas no podrá jamás
integrar a los individuos en unidad. La unión se destruye por medio del egocentrismo, del egoísmo, y las
leyes no suprimen el egoísmo, al contrario, lo reafirman, cuidándolo de las
acometidas que pudieran venir por parte del egoísmo de otras personas.
La
meta de un Estado basado en leyes, consiste en llegar a construir un régimen en
el que pueda satisfacerse el egoísmo de cada miembro de la sociedad, sin
vulnerar al mismo tiempo los intereses del otro. El modo de construir semejante
régimen es simple: consiste en poner ciertas restricciones al egoísmo de cada
miembro individual. Pero esta es precisamente la contradicción irresoluble del Derecho:
aprueba el egoísmo, pero también lo limita. Por eso, una sociedad basada en las
leyes lleva siempre dentro de sí misma las semillas de su propia descomposición,
porque protege el egoísmo que menoscaba y destruye cualquier forma de unidad
social. El destino de la Torre de Babel es el destino del Estado de Derecho; en
tal forma de sociedad sucede a menudo aquella "confusión de las lenguas" cuando los individuos dejan de
entenderse los unos a los otros, a pesar de hablar el mismo idioma. Tal forma
de régimen “legalista” termina casi siempre dando lugar a un terrible desorden.
La
sociedad cristiana – la Iglesia – es exactamente lo opuesto a una sociedad
basada en leyes, esencialmente temporal. "Cuando se repartieron las
lenguas de fuego, se llamó a la unidad." Cristo no erigió la Iglesia para proteger el egoísmo humano,
sino para destruirlo totalmente. El fundamento de la unidad de la Iglesia no
comprende los principios del Derecho que protegen el egoísmo personal, sino el
amor, que es justamente lo contrario al egoísmo. Cristo les decía a su
discípulos: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros;
como Yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos
que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros"
(Juan 13:34-35). Esta es, precisamente, la base de la unión en la Iglesia, un
“nuevo comienzo” que no crea la unificación externa y mecánica de las personas –
que interiormente siguen divididas - sino una unión orgánica. El propio Cristo compara la unidad en la Iglesia con la unión
orgánica de un árbol con sus
ramas (Jn. 15: 1-2).
¿Pero
cómo es posible la realización de la semejante unidad, dentro de la Iglesia, en
una sociedad cristiana? La natural condición pecadora del hombre corresponde
mejor a la creación de un Estado de Derecho, de una sociedad de Derecho, porque
el pecado es, justamente, la autoafirmación o el egoísmo que está protegido por
el Derecho Civil. Es cierto que para el hombre, quien sigue defendiendo su
condición pecadora, la perfecta unión es sólo una utopía. Pero, ciertamente, la
respuesta a esta duda se halla dentro de la Iglesia. Cristo no nos enseña
solamente la unión, o una simple idea de Iglesia,
Él fundó la Iglesia. Cristo nos dio este mandamiento: que nos amemos los
unos a los otros; pero este sólo mandamiento no es suficiente. Este
mandamiento, como cualquier otro mandamiento no puede crear nada por si mismo,
si el hombre no tiene suficientes fuerzas para su cumplimiento. Y si el
cristianismo tuviera que limitarse solamente con esa "doctrina de
amor," hubiera sido inútil, porque en la naturaleza humana existente,
desfigurada por el pecado, no habría fuerzas para la realización de esta
doctrina. De amor hablaba aún el Antiguo Testamento, y también los paganos,
pero era insuficiente.
La
razón reconoce que el mandamiento de amor es algo muy “positivo”, pero el hombre encuentra
permanentemente dentro de si mismo otra ley que se opone a la ley de la razón y
que lo atrae hacia la ley del pecado (Romanos 7:22-25). Para llegar a ser una
buena persona es insuficiente saber distinguir qué es el bien y qué es el mal.
¿Acaso dudamos que sea malo pecar? Entonces, ¿cómo es que sabiéndolo, seguimos
pecando? Es porque una cosa es saberlo, y otra cosa ponerlo en práctica,
vivirlo. Quien observa los movimientos de su alma, sabe muy bien que los
pecados y las pasiones luchan contra la razón, y que a menudo la vencen. La
razón se doblega bajo los embates de las pasiones; el pecado, como la niebla,
nos tapa el sol de la verdad atando el movimiento de las fuerzas buenas de
nuestra alma. ¿Cómo puede entonces, en este triste estado, ayudarnos solamente
la doctrina de amor?
Precisamente
en esto consiste la fuerza y el significado de la causa de Cristo, que no se
limita solamente a la doctrina. A la humanidad le fueron dadas nuevas
fuerzas y por eso se le hace posible la nueva unión dentro de la Iglesia.
Estas fuerzas fueron dadas, antes que nada, para que por medio de la
encarnación del Hijo de Dios, la humanidad se uniera de modo más estrecho con
Dios. En la Iglesia el hombre sigue uniéndose siempre y constantemente con
Cristo. Esta unión es la fuente de la vida espiritual, y sin esta unión sobreviene
la muerte espiritual. ¿En qué consiste esta unión? En palabras del mismo Jesús:
"Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de ese
pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo daré es mi carne, la que yo donaré
por la vida del mundo... De cierto, de cierto os digo: si no coméis la carne
del Hijo de Hombre y no bebéis de su Sangre, no tendréis vida en vosotros. El
que come de Mi carne y bebe Mi Sangre, tendrá
vida eterna; y Yo lo resucitaré en el día postrero... El que come Mi Carne y bebe Mi
Sangre, permanece en Mí, y yo en él" (Juan, 6:51-56).
¿Qué
podemos deducir de lo que se ha expuesto hasta este punto? Las enseñanzas de
Cristo no se resumen a una doctrina sobre la re-edificación de una persona
moral, sino a la refundación de una sociedad plena, es decir, la Iglesia. El
Espíritu de Dios, viviendo en la Iglesia, da esas fuerzas para hacer acción las
enseñanzas de Cristo. Tratándose de una enseñanza sobre el amor, su puesta en
práctica conlleva la creación de una nueva comunidad, porque el amor es una
base que no separa, sino une. Por eso, fuera de la Iglesia y sin Iglesia la
vida cristiana es imposible. La simple enseñanza cristiana, sin Iglesia, no es
más que un conjunto de palabras vacías, porque la vida cristiana es vida en
Iglesia. Sólo en la vida en Iglesia el hombre puede vivir y avanzar.
El
cristianismo no se halla atado a los intereses de la razón, sino sólo a la
búsqueda de la salvación del hombre. Por eso, en el cristianismo no existen
doctrinas puramente teóricas. Las verdades dogmáticas cristianas tienen un
significado moral, y la moral cristiana se fundamenta en el dogma. El concepto
de Iglesia implica el hecho que la ésta es el punto donde el dogma se convierte
en enseñanza moral, mientras la dogmática cristiana se hace vida cristiana.
Entendida así, la Iglesia da vida a las enseñanzas cristianas y ayuda a su
puesta en práctica. Sin Iglesia no
existe el cristianismo; existe sólo una doctrina cristiana que, por sí sola, no
puede edificar una nueva humanidad.
Traducción libre tomada de:
San Ilarion Troiski, "Crestinismul sau Biserica". Editura Aeropag. Romania, 2012.
En todos los pasajes de la vida de Cristo, nos habla del deseo del mismo Cristo nuestro Señor, de permanecer en la unidad con Él, y que todos seamos Uno solo, como Dios Padre, Hijo y Espiritu Santo, son solo Uno. Pero el pecado y el maligno, quiere separar dicha unidad, que (segun las palabras de nuestro Señor), son y serán simbolo y demostración ante el mundo, de nuestra fe y autenticidad en el Amor que profesamos. Por nuestro verdadero Amor a Cristo Jesus, "todo camino se allana, y todo sendero se restablece", porque la "unidad", da nueva forma, a las "curvas" que produce el pecado. Tambien se afirma en las escrituras, que "seamos dirigidos todos por un solo Pastor". Desgraciadamente, los que creen en Cristo (los cristianos), se encuentran divididos desde hace mas de 1000 años. Las divisiones son producidas por el maligno. Toda division es causada por el maligno (que trata de dividirnos). Yo se que solo hay una sola y verdadera Iglesia de Cristo. En la tierra, esa Iglesia de Cristo, tiene un "nombre", pero en el cielo, la Iglesia de Cristo, la crean todos aquellos hombres y mujeres que han obtenido la salvación por medio de su Amor a Cristo, demostrado con sus obras. ¿No nos encontraremos en el cielo, (si Dios quiere), también a otros Cristianos de otras Religiones Cristianas? Por supuesto que Sí. Pero aun así y todo, reafirmo (y Jesucristo tambien lo reafirma), el deseo del mismo Cristo, de que los que Le Aman, permanezcan juntos en una misma unidad, y en una misma Iglesia. Ciertamente, hay que seguir fielmente a tu propia Iglesia, pero tambien la conciencia dice algo completamente contrario a esto: Que todos los que con sincero corazon y humildad verdadera, siguen a Cristo, se salvaran. La verdadera humildad y seguimienti fiel de nuestra conciencia, nos lleva a la unidad en una sola Iglesia, mientras tanto, en el mundo moderno, separado todavia la Cristiandad en muchas Divisiones, el Cristiano que vive en estos planteamientos de fidelidad, se encuentra perplejo por dicho motivo, pero no se ha de preocupar en exceso, porque aquellos que siguen la verdad, al final la encuentran, y la verdad lleva a la "unidad". No soy partidario de alcanzar una "unidad" fisica, sino una "unidad en la verdad y el amor autentico". Pero yo no tengo palabras para explicarlo, ni soy una autoridad para reafirmarlo, pero puedo afirmar, que "el Reino de Dios, se encuentra dentro de vosotros", y que la "Iglesia, es el camino que conduce a tal unidad, y facilita al hombre su union con Dios". Palabras quizás ambiguas que he dicho, pero son palabras de nuestro Señor Jesucristo. Debemos amar a nuestra Iglesia, y debemos amar (sobre todo, en primer lugar a nuestros hermanos de nuestra misma Iglesia), y despues a nuestros hermanos de otras iglesias Cristianas, (que son nuestros hermanos en Cristo), y despues a aquellos que no tienen fe ni son Cristianos (haciendolo por Amor a Cristo), pero nunca debemos olvidar, que aunque la Iglesia terrenal, nos conduce y guia al camino celestial, nunca debemos olvidar, la grandeza de nuestro Dios, que no tiene "prejucios humanos", y que acepta a todos cuantos les aman. Por eso el Reino de los Cielos, esta formado por multitud de clases de individuos y condiciones sociales. Todos éstos son, aquellos que le han amado en la tierra, con sinceridad de corazón y pureza de espiritu, siguiendo fielmente a su conciencia en todo momento, y cuya conciencia se ha cimentado siempre, en las palabras dadas en el Evangelio, por el Buen Pastor.
ResponderEliminarNo debería decirlo, (para evitar llevar a la confusión de tantas personas que no tienen unos conocimientos muy profundos), pero no puedo dejar de decir, que la Iglesia es un "medio", que está puesto a nuestro alcance, para encontrar el camino de la Salvación. Y tampoco puedo dejar de decir, que la Iglesia nunca es el "fin" de nuestra razón moral, sino solo un "medio" que nos encamina al "fin" (que es Cristo). Aun así y todo, muchos Cristianos, utilizan dichas palabras, para ser "Infieles" con su Iglesia, y para acusar a su propia Iglesia, y ponerla en duda. Yo no quiero reafirmar tales errores, porque estoy en total acuerdo con lo que he leido en este escrito. Lo unico que quiero afirmar, (sin llevar a confusion), es que nuestro fin, es Cristo, y el medio para alcanzarlo, es nuestra Iglesia, y Cristo afirma ademas, que debemos Amar a nuestra Iglesia. Deseo que los Cristianos todos, comprendamos la magnitud de estas palabras, pero no caigamos en el error frecuente de considerar a Cristo y a Su Iglesia, como algo terrenal, ya que el Cristiano está llamado a algo mucho más elevado, que al solo hecho se considerar todo su planteamiento moral, en algo terreno limitado. Gracias por este buen articulo, y lamento si mis palabras son disconformes, no se entienden, o puden inducir al error, pero yo lo veo así: El Reini de Dios y Su Iglesia, es algo más grande que un planteamiento terrenal, (aumque alguien en la tierra, tiene que tener la bandera de la guia que nos conduce), pero la guia verdadera, es el Espiritu Santo.
ResponderEliminarUn comentario más, que veo muy importante: Sobre La Conciencia.
ResponderEliminarLa Conciencia se "obliga" libremente, a la obediencia, PERO NO AL REVES, (es decir, que la Obediencia, obliga a la Conciencia), pues es este segundo caso, entramos en un sectarismo que desplaza la capacidad del hombre a discernir. Es muy comoda la obediencia "a toda costa", reafirmando que estamos obligados a obedecer, pero este planteamiento no deja de ser una "comodidad más", que desplaza nuestro "deber" de decidir y obrar con responsabilidad. Como he oido a alguna persona decir, (pero que resulta muy grafico en este caso), no tenemos el crerebro para usarlo como sombrero de nuestra cabeza, sino para emplearlo diligentemente. Lo repito nuevamente: La conciencia LIBREMENTE, hace un pacto para obedecer y confiar en quien le ayuda, (pacto metaforico pero real). No sucede alreves, es decir que la obediencia que debemos tener, obliga a nuestra conciencia, ya que Dios ha dado al hombre plena libertad de pensar, y plena libertad de decidir, por tanto existe siempre un acto que es libre, y que asi debe de seguir siendo. No hay que atar la conciencia, pues en ella obra y se escucha una voz "tenue" que proviene de Dios, (como se afirma en el Apocalipsis), cuando dice: "Soy Yo, y estoy llamando a la puerta", (puerta que es nuestra cinciencia). Aun asi y todo, hay que comprender todo lo que he dicho en estos mensajes, porque no es facil entenderlo, sino se contempla a la luz del Espiritu Santo.