jueves, 13 de marzo de 2014

Recordando al Padre Justin Parvu





Hoy hace casi un mes, el 10 de febrero, habría cumplido noventa y cinco años de edad quien fuera uno de los más importantes padres espirituales de Rumanía: el Archimandrita Justin Parvu.  Desde el monasterio que en 1992 terminó de construir en su aldea natal, Petru Voda, en el norteño distrito de Neamt, el Padre Justin logró convocar, con su mensaje de perseverancia en la fe, amor al prójimo y firmeza en la defensa de la identidad nacional, a cientos de miles de rumanos, esos que en algún momento  pudieron entrar unos minutos a su minúscula habitación,  buscando un consejo, una bendición, unas palabras de aliento, alguna ayuda material... Para todos y cada uno tenía el Padre tiempo y paciencia; eran tantos y tantas quienes le visitaban diariamente, que usualmente el Padre Justin pasaba más de doce o quince horas en el mismo sillón, atendiendo al flujo incesante de peregrinos que parecía no detenerse aún en altas horas de la noche. Por eso mismo, hay cientos de miles – millones - de historias, de anécdotas, de momentos, de oraciones, de recuerdos aún por develarse, los que cada uno de los que conocimos a este bello anciano (stárets)  guardamos en ese pedacito de corazón que tiene el rótulo de “Agradecimiento”.

Porque las cosas de Dios suelen obrarse en misterio, aunque indague, razone o especule mucho, creo que nunca lograré entender cómo fue que llegué a conocer al Padre Justin, cómo yo, de tan lejos, llegué a ser parte de esos tantos corazones agradecidos. Cuántas veces he intentado descifrar esto que es uno de los tesoros más grandes de mi vida! Sin embargo, es inútil todo esfuerzo, porque igual siempre termino como empecé: sin respuesta. Lo único que me queda es agradecer, porque a pesar de ser inmerecedor de la misericordia de Dios, Él siempre se las arregla para recordarme que siempre está allí, que Su amor es inmenso.

Evocando ahora ese verano rumano de 2008, cuando hicimos por primera vez el recorrido de los 4 o 5 kilómetros de terracería que conducen de la carretera principal hasta el monasterio Petru Voda, todo son recuerdos luminosos, felices. No sólo porque entonces se abrían para mí las santas, milenarias y apostólicas puertas de la fe ortodoxa, sino porque también allí daba inicio la hermosa relación que hasta ahora me honra, con tantos sacerdotes, monjes y monjas, llegados a aquel monasterio para estar lo más cerca posible de aquella imponente figura espiritual que le conducía . Fue en esos días cuando ví por primera vez, en persona, al Padre Justin. Nunca imaginé que aquel sería el primero de muchos encuentros más con él, el inicio de un largo camino de bendiciones que irían apareciendo una tras otra...   No tiene sentido aquí describir con detalles cada una de las impresiones de aquellas primeras conversaciones, porque siempre habrá aspectos que no se logran describir con palabras. Talvez sólo sea importante decir que nunca antes me había sentido tan pequeño, espiritualmente hablando. La sencillez de aquel anciano sacerdote, su ejemplar ascetismo, sus grandes manos, llenas de surcos tras una vida de sacrificios – como los años de prisión y trabajos forzados que el Padre tuvo que soportar durante ese terrible período de desbocada represión al que fueron sometidos los rumanos, incluyendo religiosos y religiosas, por parte del régimen totalitario que dominó tanto tiempo en aquel país -, y sobre todo su voz pausada, siempre llena de paz, de sabiduría, todo eso fue para mí como un llamado a un deber ser (theosis) del que no había sido consciente hasta ese momento.

Desde ese primer momento, no sé, no quiero enumerar cuántas veces más pude hablar con él, tomar sus cansadas manos con las mías antes de pedirle alguna palabra de aliento, escuchar su risa, recibir su bendición... todavía me parece oírlo diciéndome “Ajutorul de la Dumnezeu...”, al ungirme las manos y la frente con el frasquito de mirra que siempre tenía junto a él. Cuántos momentos, cuántas bendiciones! Cuánta felicidad, a pesar de hacer cola por horas, junto a tanto peregrino venido desde cualquier rincón del país! No es posible describir aquí todo el bien recibido por mí y por mi familia, de las oraciones de aquel hermoso anciano, de tan humilde stárets. Si hasta la historia de mi propia familia empieza por él! Sólo puedo terminar escribiendo, “Padre Justin, ahora que estás junto a los justos de Dios y puedes contemplar la belleza indescriptible de Su rostro, ora por nosotros!”

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