Hoy hace casi un mes, el 10 de febrero, habría cumplido
noventa y cinco años de edad quien fuera uno de los más importantes padres
espirituales de Rumanía: el Archimandrita Justin Parvu. Desde el monasterio que en 1992 terminó de
construir en su aldea natal, Petru Voda, en el norteño distrito de Neamt, el
Padre Justin logró convocar, con su mensaje de perseverancia en la fe, amor al
prójimo y firmeza en la defensa de la identidad nacional, a cientos de miles de
rumanos, esos que en algún momento
pudieron entrar unos minutos a su minúscula habitación, buscando un consejo, una bendición, unas
palabras de aliento, alguna ayuda material... Para todos y cada uno tenía el
Padre tiempo y paciencia; eran tantos y tantas quienes le visitaban
diariamente, que usualmente el Padre Justin pasaba más de doce o quince horas
en el mismo sillón, atendiendo al flujo incesante de peregrinos que parecía no
detenerse aún en altas horas de la noche. Por eso mismo, hay cientos de miles –
millones - de historias, de anécdotas, de momentos, de oraciones, de recuerdos
aún por develarse, los que cada uno de los que conocimos a este bello anciano (stárets) guardamos en ese pedacito de corazón que
tiene el rótulo de “Agradecimiento”.
Porque las cosas de Dios suelen obrarse en misterio,
aunque indague, razone o especule mucho, creo que nunca lograré entender cómo
fue que llegué a conocer al Padre Justin, cómo yo, de tan lejos, llegué
a ser parte de esos tantos corazones agradecidos. Cuántas veces he intentado
descifrar esto que es uno de los tesoros más grandes de mi vida! Sin embargo,
es inútil todo esfuerzo, porque igual siempre termino como empecé: sin
respuesta. Lo único que me queda es agradecer, porque a pesar de ser
inmerecedor de la misericordia de Dios, Él siempre se las arregla para
recordarme que siempre está allí, que Su amor es inmenso.
Evocando ahora ese verano rumano de 2008, cuando hicimos
por primera vez el recorrido de los 4 o 5 kilómetros de terracería que conducen
de la carretera principal hasta el monasterio Petru Voda, todo son recuerdos
luminosos, felices. No sólo porque entonces se abrían para mí las santas,
milenarias y apostólicas puertas de la fe ortodoxa, sino porque también allí
daba inicio la hermosa relación que hasta ahora me honra, con tantos sacerdotes,
monjes y monjas, llegados a aquel monasterio para estar lo más cerca posible de
aquella imponente figura espiritual que le conducía . Fue en esos días cuando
ví por primera vez, en persona, al Padre Justin. Nunca imaginé que aquel sería
el primero de muchos encuentros más con él, el inicio de un largo camino de
bendiciones que irían apareciendo una tras otra... No tiene sentido aquí describir con detalles
cada una de las impresiones de aquellas primeras conversaciones, porque siempre
habrá aspectos que no se logran describir con palabras. Talvez sólo sea
importante decir que nunca antes me había sentido tan pequeño, espiritualmente
hablando. La sencillez de aquel anciano sacerdote, su ejemplar ascetismo, sus
grandes manos, llenas de surcos tras una vida de sacrificios – como los años de
prisión y trabajos forzados que el Padre tuvo que soportar durante ese terrible
período de desbocada represión al que fueron sometidos los rumanos, incluyendo
religiosos y religiosas, por parte del régimen totalitario que dominó tanto
tiempo en aquel país -, y sobre todo su voz pausada, siempre llena de paz, de
sabiduría, todo eso fue para mí como un llamado a un deber ser (theosis)
del que no había sido consciente hasta ese momento.
Desde ese primer momento, no sé, no quiero enumerar
cuántas veces más pude hablar con él, tomar sus cansadas manos con las mías
antes de pedirle alguna palabra de aliento, escuchar su risa, recibir su
bendición... todavía me parece oírlo diciéndome “Ajutorul de la Dumnezeu...”,
al ungirme las manos y la frente con el frasquito de mirra que siempre tenía
junto a él. Cuántos momentos, cuántas bendiciones! Cuánta felicidad, a pesar de
hacer cola por horas, junto a tanto peregrino venido desde cualquier rincón del
país! No es posible describir aquí todo el bien recibido por mí y por mi
familia, de las oraciones de aquel hermoso anciano, de tan humilde stárets. Si hasta la historia de mi
propia familia empieza por él! Sólo puedo terminar escribiendo, “Padre Justin,
ahora que estás junto a los justos de Dios y puedes contemplar la belleza
indescriptible de Su rostro, ora por nosotros!”
Gracias por tan bonito y entrañable texto!!!!
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