Paso a paso en la Ortodoxia

Purísima Señora, Soberana Madre de Dios, Tú que puedes hacer todo lo bueno, recibes estos honorables dones que a Tí se deben de nosotros, inmerecedores siervos tuyos, solamente a Tí, que eres elegida de entre todas los pueblos y que estás más arriba de cualquier creatura terrestre o celeste; que por Tí estuvo entre nosotros el Señor Todopoderoso y a través de Tí hemos conocido al Hijo de Dios y hemos recibido su Santo Cuerpo y su Purísima Sangre. Por esto, Bendita eres entre los pueblos de los pueblos. Tú, que eres de Dios felíz, más luminosa que los querubines y más venerada que los serafines.
Y ahora, Santísima Madre de Dios, a quien dirigimos nuestra voz, no dejes de orar por nosotros, inmerecedores siervos tuyos, para que seamos salvos de cualquier camino engañoso y de cualquier peligro. Y, sin daño alguno, seamos protegidos de cualquier intento venenoso del maligno; hasta el fin, con tus oraciones, guárdanos del castigo, porque con tu procura y con tu auxilio, siendo salvados, alabanza, lauda, agradecimiento y adoración por todo elevaremos a Dios, Uno y Trino y Creador de todo, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.