El Gran Cisma de 1054, parte I.

miércoles, agosto 11, 2010 Posted by JDavidM




El cisma entre Bizancio y Roma ha sido, sin duda alguna, el evento más trágico en la historia de la Iglesia; el mundo cristiano se rompió en dos mitades, y esta escisión, que todavía duele, ha determinado en gran medida el destino del Oriente, como el del Occidente. La Iglesia de Oriente, que es esencialmente la verdadera Iglesia de Cristo, ha visto limitado su campo cultural y geográfico de acción, dando lugar a que históricamente se le confunda únicamente con el mundo bizantino.

En cuanto a la Iglesia de Occidente, ha perdido el equilibrio doctrinario y eclesial del cristianismo primario, y este desequilibrio también dio lugar a la Reforma del siglo XVI.

En los orígenes del cisma se encuentra, vinculados indisolublemente, causas o motivos teológicos y no-teológicos, pero vamos a ver que las razones propiamente “teológicas” resultan finalmente determinantes, porque impiden la solución de las dificultades aparecidas y provocan que las tentativas de reunificación fracasen. Ellas constituyen, hasta el día de hoy, el mayor obstáculo en el que tropieza la buena voluntad ecuménica.

Comenzando ya desde el siglo IV, entre Oriente y Occidente cristianos se sentía una tensión eclesiástica respecto al status del Papa romano en la Iglesia. Esta latente tensión siguió creciendo a lo largo del tiempo, transformándose, algunos siglos más tarde, en una oposición abierta.

La disputa tiene como fondo político la aparición, en Occidente, del Imperio Carolingio y el conflicto estalla cuando los intereses políticos de aquel Imperio franco se unen a las pretensiones de jurisdicción universal del Papa, asunto que no compartían los bizantinos*.

A finales del siglo VIII, Carlomagno, rey franco, comenzó a hacer públicas sus pretensiones de adquirir el título de “emperador romano”. Al no obtener el reconocimiento de Bizancio, decidió destruir la autoridad de Constantinopla. Uno de los medios a los que recurrió, fue a las acusaciones de herejía: el emperador de Oriente no podría aspirar a suceder a los emperadores cristianos, porque “rinde veneración a los íconos y confiesa que el Espíritu Santo procede del Padre a través del Hijo” y no “del Padre y del Hijo”. Estas acusaciones, aducidas por Carlomagno en sus célebres “Libros carolinos” dirigidas al Papa en el año 792, se oponían claramente a las decisiones del séptimo Sínodo Ecuménico de Nicea (787) y abrían la interminable controversia greco-latina sobre el Filioque (expresión en latín agregada al Credo, en la fórmula “…y en el Espíritu Santo, que procede del Padre…”; con el término "Filioque" se agrega y del Hijo, algo que no existía en el Credo original). Muchos otros obispos y teólogos francos se lanzaron entonces en la controversia, patrocinados por la corte de Aix-la-Chapelle (Aquisgrán, en español. N. del T.).

Felizmente, la Iglesia de Roma, aceptando el patrocinio político que Carlos I le ofrecía, se opuso con vehemencia a los ataques doctrinarios en contra de Oriente. Los papas Adrián I (772-795) y Leon III (795-816) actuaron en protección del Sínodo de Nicea y rechazaron con fuerza la introducción del Filioque en el Credo. Aún así, en la noche de Navidad del año 800, el Papa Leon III coronó en Roma como “emperador romano de Occidente” a Carlomagno, lo que llevó al cisma político entre Occidente y Oriente.

En el siglo VIII y especialmente en los siglos X y XI, los obispos de Roma son casi completamente dominados por los emperadores francos; no obstante, los papas lograron mostrar alguna oposición. Pero, aunque los grandes papas reformadores buscaban la independencia de la Iglesia, eran también herederos de una civilización carolingia que se definía a sí misma a través de su oposición al Oriente y que se desarrollaba fuera de la tradición de los Santos Padres de la Iglesia; únicamente latina y occidental esta civilización era común a los papas y a los emperadores de Occidente.

El Papa Nicolás I (858-867), fue una especie de luchador tenaz. Él quiso cimentar un imperio espiritual mundial, al frente del cual estaría “el sucesor de San Pedro”. Él sostenía que el merecedor de la “Silla apostólica” recibiría de Jesucristo el derecho de “pastorear” a todos los creyentes, como único legislador de la Iglesia, que podía llamar ante él para justificarse ante su trono, no sólo a los clérigos de las diferentes diócesis, sino que también a obispos, metropolias, incluso patriarcas; sin embargo, él no podría ser juzgado por nadie y sus decisiones tendrían el valor y el poder de los cánones. Este punto de vista fue afirmado en el sínodo romano del año 863, en el que también se precisó que cualquier contradicción a las decisiones papales conllevan la declaración de “anatema”.

Aunque buscaba separar el poder espiritual del puramente “terrenal”, él se sintió juzgador y guía espiritual supremo e indiscutible de los principios terrenales, en cuestiones de naturaleza eclesial. Incluso, extendió sus pretensiones jurisdiccionales en contra del titular del trono de Constantinopla, amenazando deponer al Patriarca Focio.


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* Entre los años 754-755, el Papa se convirtió también en jefe de estado. El rey de los francos, Pipino el Breve, que fuera llamado por el Papa en busca de ayuda, le otorgó el territorio conquistado a los lombardos, en la Italia central, bajo la denominación de "Patrimonium Sancti Petri". De esta manera, creándose una especie de estado geográfico, el Papa se emancipaba del poder político de Bizancio, y aún más, hacía concurrencia con el Imperio Bizantino, en su - nueva - calidad de jefe de estado llamado Republica Romanorum.

Para sostener y justificar la creación de un estado papal, los jerarcas de Roma se basaron en los siguientes documentos ilegítimos:
1. Donatio Constantini, por el cual pretendían que el emperador Constantino el Grande le habría donado al Papa Silvestre I, el territorio de Italia y sus fortalezas, justa recompensa por haberle curado de lepra por medio de las aguas bautismales. Tal documento fue probado como ilegítimo en el siglo XV por el canónico Lorenzo Valla, de Florencia, porque se sabe - según el historiador Eusebio de Cesárea - que el emperador Constantino el Grande fue bautizado en su lecho de muerte, falleciendo pocos días después, el 22 de mayo de 337, cerca de Nicomidia.

2. Decretos pseudo-isidorianos, una colección de cánones y decretos, en parte auténticos, en parte falsificados y en parte inventados, atribuidos incorrectamente a Isidoro de Sevilla. Estos decretos fueron utilizados por el Papa incluso para justificar la "supremacía papal".



(Extraído y traducido de "Călăuză în Credinţa Ortodoxă". Por el Archimandrita Cleopa Ilie. Editura Mănăstirea Sihăstria. Rumanía, 2007. Páginas 21-33)

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