Sobre la veneración de los íconos, parte I.

domingo, agosto 01, 2010 Posted by JDavidM




En conjunto, una iglesia reproduce, el ícono del Reino de los Cielos. El decorado pintado se fundamenta en la historia del culto, en las exégesis de los liturgistas y en la jerarquización de los distintos segmentos del lugar de culto. Los temas pintados no son independientes, sino se ensamblan en un todo orgánico que tiene sentido. La pintura puede ser leída, descifrada en clave litúrgica. La línea arquitectónica y la iconografía se integran al misterio litúrgico, sin que devengan, en cada caso, sin significado, sin sentido . La poesía eclesial, junto a los objetos y al ritual, han normado la composición de la iglesia y de sus pinturas. Es obligación de los pintores, ejecutar lo que los Santos Padres recomiendan y prescriben.

En una evolución lenta y orgánica, la pintura bizantina ha sabido ordenar y desarrollar leyes y visiones propias, creándose un mensaje capaz de expresar lo inexpresable. El adornado vestido de la iglesia contribuye a simplificar la percepción, por parte de los creyentes, del espacio sacro destinado a transfigurarles. El elemento específico de la iconografía, está en el hecho que, lo visible y lo invisible, tiempo y eternidad, símbolo y realidad son superados para que sean la expresión de la unidad perdurable, vivida entre ambos. La característica del arte bizantino es su universalidad: el sistema o la simbología son válidos en todas partes.

La Iglesia es un ícono, una manifestación de Dios. La presencia permanente de imágenes santas en la iglesia, alarga la teofanía sin fin de Dios en el mundo concreto. Porque, a través de su simple existencia, el ícono implica la presencia de Dios y deviene lugar de una aparición, de una presencia en misterio a través de la gracia (la imagen está cubierta por la gracia de Dios). Sin imagen, Dios deviene inaccesible; luego, su imagen se desmaterializa, buscando comprender la esencia inmutable de la Belleza pura. La consecuencia lógica que se obtiene es que, para conocer lo invisible, el primer paso es la contemplación de lo visible, enfocándose en superarlo. Lo que es sensible y trascendente puede ser y no puede ser definido a través de aquel objeto sensible.

La iconografía de una iglesia ortodoxa busca la integración de todo el lugar en el misterio litúrgico; más allá de las santas ceremonias, todo evoca una espera de su mismo cumplimiento (una espera infinita, dinámica, que tiende permanentemente a la Liturgia celestial). Esta espera santa constituye la acción de la imagen, porque todo se orienta al Pantocrátor que está en el centro y en el lugar más alto de la iglesia. En este sentido todo en la iglesia está reunido en un cosmos litúrgico dinámico, en el que ‘todo ser alaba al Señor’.

Desde las primeras imágenes se observa que no necesariamente el interés por el arte en sí, decidió a los primeros cristianos a adornar las catacumbas, sino otro significado de estas imágenes, el de ver lo incorruptible. Esta forma de manifestación artística, cumple su objetivo únicamente en el culto, porque sólo en el culto s le confiere el poder de mediación. A través de la imagen intercede un conocimiento más profundo, más completo, a través de una observación intuitiva, que elimina o al menos disminuye el riesgo de que el mensaje no sea claro. El ícono habla, demuestra la vida de más allá, sin necesidad de la fuerza de los argumentos teológicos; él convence a través de su propia evidencia. A través de su propia presencia, la imagen enseña las características naturales y bellas de las cosas deben ser salvadas por el conocimiento del creyente, para que sean elevadas a la vivencia de lo trascendente.

(Tomado y traducido de "Iconografie bizantina si aniconism islamic", de Emanoil Babus. Contenido en la compilación "Cinstirea sfintelor icoane in ortodoxie". Editorial Trinitas. Bucarest, 2008, páginas 96 a la 123.)

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