Sobre la veneración de los íconos, parte II.

lunes, agosto 02, 2010 Posted by JDavidM





La necesidad del ícono responde también a un aspecto psicológico: el individuo, en su doble estructura corporal-espiritual, siente necesidad de manifestar visiblemente lo que siente. Así, se vuelve imperante la necesidad de iniciar un vínculo directo con la divinidad, traducida en plan sensible por intermedio de las imágenes, porque el individuo desea una comunión lo más palpable posible con aquello secreto. Además, el ícono es la guía en el camino siempre ascendente hacia el conocimiento de lo invisible.

En función de la localización espacial, el programa iconográfico se ha especializado: según el modo en el que se ha distribuido la pintura en la superficie de las paredes de la iglesia, se busca la expresión plástica del orden, jerarquía o cualquier otro orden ideal que rige en el cosmos. Aquello que las formas arquitectónicas expresan simbólicamente, es concretado y subrayado por las pinturas. La iconografía ha conocido a lo largo de los siglos múltiples transformaciones, en la misma medida en que se cristalizaba la forma de las iglesias y se clarificaba el sentido de las imágenes y de su culto. Cada época de agitaciones trae consigo una nueva síntesis, una nueva concepción, enriqueciendo el plano iconográfico; las bases vétero-testamentarias tienden a desaparecer después del siglo IV, cuando aparecen nuevas representaciones (El descenso a los infiernos, Dormición de la Madre de Dios, Comunión de los Santos Apóstoles, Juicio Final). Un nuevo movimiento aparecido después de la victoria sobre los iconoclastas (de hecho un renacimiento del arte bizantino) implica un reordenamiento de las composiciones en el cuadro arquitectónico. Si en los siglos IV-V el objetivo de la iconografía era la evocación de determinados eventos en la historia de la salvación en orden cronológico, sin que existiera ninguna norma que fijara un lugar específico para colocarles en el templo, después de la disputa iconoclasta, comenzando con el siglo IX, el decorado adquiere un nuevo significado, dogmático y litúrgico. Desde ahora, cada grupo o categoría de santos, cada escena ocupará un lugar previamente determinado.

Los santos son plegaria. Aquellos pintados en las paredes de las iglesias devienen un presente que da un plus de gracia sobre los creyentes, llevándoles al mismo tiempo algo de la belleza contenida en la glorificación de Dios.

La tipología de los personajes santos obtiene nuevas características. La iconografía se desarrolla en base al culto de los santos, cuya representación implica determinados principios. La santidad no puede ser representada simplemente, no puede ser descrita a través de palabras o imágenes porque es un estado. Luego, la imagen sacra le expresa con ayuda de formas, colores y líneas simbólicas, en un lenguaje realista, determinado por la Iglesia. La representación iconográfica consta especialmente en la “modalidad” elegida para rodear a los santos.

En el arte bizantino prevalece el principio de un simbolismo con notas realistas, que conduce a efectos irreales. El fondo abstracto de oro, que ocupa el verdadero espacio tridimensional, aísla la imagen del mundo real, colocándola en una zona irreal, donde las leyes físicas terrestres no funcionan. La gravedad desaparece; cuerpos acorpóreos, desmaterializados, obtienen características espirituales. En este orden, la aureola no es una simple alegoría y signo convencional de la santidad; es la expresión simbólica de una realidad concreta, un testimonio de la luz, atributo necesario, pero no suficiente del arte sacro. Un ícono sigue siéndolo aún sin aureola. Los rasgos faciales, a través de sus formas y colores, testimonian un estado interior, que ser refleja en el rostro en la luz, paz, orden y serenidad. El mundo espiritual en el que hombre ha devenido “templo del Espíritu Santo”, se sensibiliza a través de líneas, formas y colores; el orden y la paz interna se pueden transmitir a través de los trazos exteriores, porque el cuerpo entero del santo, incluso los detalles más pequeños, el cabello, arrugas o los objetos que le rodean, todo está unificado y orientado a una “armonía suprema”. Estos detalles, cuyo aspecto puede impresionar, en especial los órganos de los sentidos, portan signos de trascendencia y de un cambio mental. Ojos opacos, orejas que adquieren formas bizarras, rostros sutiles y alargados, cinturas delgadas, cuerpos esbeltos y cabezas pequeñas como proporción comparativa con la estatura, pierden cualquier aire carnal, recordando que estos hombres vivieron lo que usualmente escapa a la percepción: el mundo espiritual. Así, el hombre es divinizado a través de la gracia. Al mismo tiempo que su alma y su cuerpo participan de la vida divina, esta participación deja su huella sin modificar los rasgos físicos, sino actualizando su ser. “Un anciano no rejuvenece, las arrugas no desaparecen… Pero aquel ser regresa a la inocencia de la infancia”. Este modo no-naturalista de representar icónicamente los órganos de los sentidos, expresa una sordera y ausencia de reacción frente a las manifestaciones mundanas, impasibilidad, elusión de cualquier estímulo, y, por otra parte, recepción frente al mundo espiritual, adquirido a través de la santidad. Los colores del ícono traducen los colores del cuerpo humano, aunque no la carne natural; la belleza física es sublimada, revelando un futuro cuerpo espiritual. El cuerpo en sí es solamente esbozado, adivinado bajo las vestiduras; sus líneas, casi inexistentes, no llaman la atención a la anatomía, ni siquiera cuando está desnudo. Guardando sus particularidades y vistiendo el cuerpo de una forma normal, las prendas son también transfiguradas, convirtiéndose de alguna forma en una imagen suya en gloria, un “vestido de la pureza”. Los pliegues no son desordenados, sino levemente geometrizados, obteniendo un orden y un ritmo que se agrega al ensamble completo. La santidad del cuerpo es también transmitida a las vestiduras. El orden interior de la persona santa se refleja en gestualidad y actitudes: los santos no gesticulan, sus movimientos tienen un carácter sacramental, eclesiástico.


(Tomado y traducido de "Iconografie bizantina si aniconism islamic", de Emanoil Babus. Contenido en la compilación "Cinstirea sfintelor icoane in ortodoxie". Editorial Trinitas. Bucarest, 2008, páginas 96 a la 123.)

1 comentarios:

MM dijo...

Gracias por difundir la importancia de la veneración y espiritualidad del ícono.

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