4 de junio, la Santísima Trinidad. Extractos de un texto del P. Mina Dobzeu.
Cuando Nuestro Señor Jesucristo comenzó a anunciar el Evangelio de la paz, comenzó también a anunciar una buena nueva de misericordia, justicia y verdad, sin las cuales no se puede alcanzar la paz. Pero esta desiderata debe penetrar al individuo. Porque Jesucristo pretendía que la Iglesia fundada por Él se basara en el individuo. La persona es la piedra, el ladrillo que compone la estructura de la Iglesia, cuerpo sacramental de Cristo. Por esto es nuestro deber mantener ante todo la paz interna, la paz espiritual, para que no entren en el alma las larvas de la descomposición. Si nos referimos a la paz entre los hombres, de la paz entre pueblos, estaremos hablando de la paz externa, que no es posible si antes no se consigue la paz interna, individual.
La paz individual, interna, se cimenta en tres factores espirituales, en cuyo conjunto se nos muestra la imagen que asemeja al hombre con Dios. Es esta "trinidad": razón, afecto y voluntad, que es la imagen de la Santísima Trinidad en el hombre. Así, la razón tiende al conocimiento de la verdad, el afecto a la realización de la justicia y la voluntad busca la plenitud de la misma voluntad de Dios. Estos factores espirituales internos deben formarse en la luz de la revelación divina, en el espíritu de la civilización humana permeada e iluminada por las enseñanzas de Cristo.
La razón o intelecto debe ser cultivado en el espíritu de la fraternidad y paz entre los hombres. La razón debe ser guiada de manera que conozca la verdad, que conozca a Dios, fuente de nuestra vida y sabiendo que todos los hombres tenemos un Padre celestial. Asimismo, para que conozca a Cristo, fuente común de nuestra salvación y al Espíritu Santo, fuente común de nuestra santificación; para que conozca también que todos habemos un origen común como dice San Pablo: "Habiendo sacado de un solo tronco toda la raza humana, quiso que se estableciera sobre toda la faz de la tierra" (Hechos 17, 26).
La razón debe ser guiada por medio de la educación hacia los ideales más altos a los que debe tender la humanidad: su plena realización en el plano intelectual, teórico y práctico, religioso y moral. Esto significa luz para la mente y el enriquecimiento de los conocimientos que le hagan (valga la redundancia) conocerse a sí mismo y el propósito con el cual fue creado: la salvación. Para que conozca el mundo y la ley de Dios, que es común a todos. para que aprenda que los bienes materiales, es decir, la Tierra con todas sus riquezas, la atmósfera y todos sus beneficios, el sol y sus rayos que proveen calor y luz, son bienes comunes para uso de todos. Lo mismo con todos los bienes hechos con el trabajo, que deben ser distribuidos entre todos, porque todos tienen las mismas necesidades (desde luego, si trabajan). Para que el hombre conozca el orden y la armonía en el mundo, a lo cual está también él llamado a contribuir, a trabajar en construir la paz.
El segundo factor interno del individuo es el afecto, que vive en el corazón. El afecto debe volverse una conciencia del bien, de la verdad y de la justicia. El afecto de un corazón puro, "de carne" y no de piedra, debe afirmarse en una consciencia viva, alerta y siempre activa. Porque el afecto es un don que se forma con la educación y por los distintos medios que pueden influenciar en el bien.
La acción común de esos tres factores, en plena concordancia, nos da la conciencia.
Lo mismo con el tercer factor interno del individuo, la voluntad, que debe ser cultivada en el espíritu del sacrificio en búsqueda de la justicia social, sin la cual no es posible ninguna paz en la sociedad. La voluntad debe cultivarse en el espíritu de la entrega a Dios y al prójimo. La entrega a Dios se logra con el desapego a uno mismo, con la sumisión de mi voluntad a la voluntad de Dios. Esto me lleva a alejarme de deseos de pecado, de la avaricia y de la adulación, que destruyen la armonía y el orden entre los pueblos. Cultivar la voluntad por medio del dominio de uno mismo, para llegar al triunfo del alma sobre el cuerpo, del bien sobre el mal. De esta manera la voluntad actúa al servicio de la justicia social y de la paz.
La Santísima Trinidad - ícono y fuente de paz, unidad y amor.
Dios, a quien conocemos en Santa Trinidad, es la fuente de toda paz. En Él está la paz verdadera, porque en Él está la verdad y la justicia. En Él se realiza todo bien desde siempre, el bien en su grado absoluto. Así, un elemento espiritual realizado a nivel absoluto no encontraremos si no es en el seno de la Trinidad.
En la iconografía de la Iglesia se utiliza como símbolo de la Santísima Trinidad un triángulo equilátero, que tiene un gran significado al explicar la comunión o convivencia que existe en Ella, en unidad:
- Tres lados iguales explican que Dios tiene tres hipóstasis, un ser en tres personas, que son iguales entre ellas.
- La unidad de estos tres lados, al encontrarse en tres puntos y formar un sólo cuerpo, explica la unidad de esas tres personas, que hacen un sólo ser, sin perder cada una su esencia y sin separarse.
- La posición de cada lado en relación a los demás y su encuentro en tres puntos que forman ángulos iguales, explica la relación que existe entre las tres personas de la Trinidad, que se basa en el amor, la verdad y la justicia, que llevan a la paz absoluta en Su seno.
Entre las personas de la Santísima Trinidad existe un orden perfecto, una armonía perfecta, una paz perfecta, que se fundamentan en el amor, la verdad y la justicia, como se mencionó antes. Para realizar la paz de Cristo en nuestras almas, es necesario que en esa trinidad de nosotros (afecto, intelecto y voluntad) exista una colaboración completa, colaboración basada en el amor, la verdad y la justicia. Cualquier acto, cualquier afecto, debe ser aceptado por las otras partes para que sea una acción buena, correcta, sana. Porque donde no existe esta unidad de aceptación, ahí no hay paz, no hay calma, sino un estado de lucha, de desarmonía.
Nosotros portamos la imagen de la Santísima Trinidad en nosotros, por nuestra formación espiritual y por la gracia divina que vive en nosotros, por eso también en nosotros debe realizarse ese orden perfecto, esa armonía perfecta, esa paz plena en nuestro interior. Esta es la paz de la que nos habló Nuestro Señor Jesucristo, cuando hablando con sus discípulos dijo: "Mi paz les dejo, Mi paz les doy..." (Juan 14, 27).
Trinidad: Yo + Prójimo + Dios
El hombre debe mantenerse en buenos términos y en paz con sus semejantes. Nuestras buenas relaciones con los demás no se pueden realizar sin Dios, sino que aquí debemos conformar también una trinidad. ¿Cómo? ¿Cuáles son esas tres partes? Primero, la persona, que comienza una acción, luego está su semejante y la tercera es Dios, que no puede faltar de ninguna acción justa.
Traducción libre, tomada de "Pentru o Biserica dinamica", del Archimandrita Mina Dobzeu. Editura Bunavestire. Bacau, Rumanía, 2001.
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