Sobre la oración y sobre el amor a Dios y al prójimo. P. Arsenie Papacioc.
Sobre la oración.
La oración no debe hacerse sólo en determinados momentos del día, sino debe ser un deseo y un hábito, debe ser permanente. No se trata sólo de los santos paráclesis (oraciones específicas a la Virgen) y de otras oraciones, que llevan a tomar determinadas posturas corporales como las postraciones y otras formas de piedad; se trata de elevar la mente hacia Dios, de pensar en Él de manera personal, incesante, sin ni siquiera decir nada, sino sólo darle desde tu corazón un sentimiento de amor y de respeto, incluso de temor. En todo caso, lo importante es mantener la mente y el corazón elevados al cielo, hacia la salvación.
Así, la solidez espiritual hacia un estado permanente de oración, debe ser un propósito serio, porque es lo que lleva paz al corazón, una especie de alimento concentrado para éste, y el don de Dios le ayudará.
Dios es un Dios del corazón. Ora, entonces, sintiéndolo. El poder de la oración no radica en tal o cual palabra, sino en la forma en como se dice. Dios necesita sólo del corazón y con esto le basta, si éste permanece frente a Él con devoción. La oración incesante en esto consiste, en presentarnos con humildemente frente a Dios; nuestras oraciones leídas, después, no harán sino agregar más leña a ese fuego.
Vete a dormir y levántate con las preocupaciones de Cristo (no las tuyas), es decir, cómo piensa, qué piensa de cada uno de nosotros para lograr que nos salvemos, porque esta preocupación divina es incesante, sí, sin detenerse jamás. Cuando alguna necedad te atrapa o cuando buscas alejarte de tu prójimo, aunque este se haya equivocado contigo, en ese momento Jesus vuelve a crucificarse por tí.
Piensen siempre en el juicio final, qué respuesta daremos entonces!
No pierdan el tiempo! ¿Acaso saben ustedes qué valor tiene el tiempo perdido? Toda la felicidad eterna, con los ángeles, ciertamente está relacionada con este tiempo. Poco tiempo, pero vivido como se debe!
Sobre el amor
Amar a tu hermano porque es tu hermano, es un amor meramente humano, no místico, espiritual. Amar a tu prójimo, así como amas a tu hermano, éso es un amor místico.
El primer mandamiento (y el más importante), "Amarás a Dios con toda tu alma y con toda tu mente...", es ciertamente el más grande, completado con otro que dice "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Si este segundo mandamiento es similar con el primero, significa que nuestro prójimo tiene reflejos divinos, por gracia de Dios. Porque no puedes amar a Dios sin amar a tu semejante.
Si no sientes amor por todo, entonces no amas en absoluto. Si no eres agradecido con tu prójimo, tampoco lo eres con Dios. Si reconoces a Dios en tu corazón, entonces, lo reconoces también en tus semejantes y en lo que te rodea.
Por eso se ha dicho que amemos totalmente a nuestro prójimo, porque esta es la medida de tu amor por Dios, al Que no ves, pero Quien puede sentirse y vivirse en Su mandamiento: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Es decir, así como amas tu plenitud física y humana, con la intensidad de sus necesidades propias, pero especialmente como amas tu plenitud espiritual (posible), para acercarte a Dios, así debes amar a tu semejante, a quien Dios hizo visible entre tú y Él, para que entiendas que amándole Dios reconoce tu verdadero amor hacia Él. Y para que veas y sientas que en este amor total hay una belleza inigualable, debes llenarte de la luz que Dios no da sino a aquellos corazones nobles, bondadosos y humildes. "El hombre se diviniza con su participación en la luz divina y no por medio de cierta transformación en un ser divino". Entonces, atrayendo a tu semejante, así como te atraes a tí mismo, con toda la fuerza de tu corazón, hacia Dios, intentarás entender la plenitud, la libertad y la armonía eterna.
Intenta descubrir en tí la fuerza dominante, para que puedas valorar y recibir en don el único tesoro que puede hacer que los hombres se conozcan a sí mismos, el hombre y el Dios que le ha hecho: la armonía.
Dios sólo a través del hombre se glorifica, incluso cuando podría aparecer cierta tentación que dice que difícilmente se podrá encontrar en el mundo a alguien que se haya liberado completamente del amor de sí mismo. Esto no anula para nada la lucha incesante por cumplir los mandamientos divinos, que no son nada utópico. El mandamiento nuevo, el más grande, el amor total, no tiene principio ni final.
El mundo fue creado por un Dios bueno. Las fuerzas del amor que vive en nosotros, nos vienen de Él. Si es que no te produce temor pensar en los tormentos eternos del infierno, teme y camba tu forma de vivir, hacia el amor de Dios. Él nos ama tanto, como para rechazarlo.
Traducción libre, tomada de: Arhimandrit Arsenie Papacioc. "Scrisori catre fii mei duhovnicesti". Manastirea Dervent. Constanta, Rumanía, 2001.
0 comentarios:
Publicar un comentario