El Gran Cisma de 1054, parte III.

domingo, agosto 22, 2010 Posted by JDavidM




De las acusaciones en contra de los griegos, evidentemente infundadas, que llevaron al acta “anatemización” el 16 de julio de 1054, se observa claramente que los delegados papales un llegaron a Constantinopla a dialogar fraternalmente dentro de un sínodo, sino a imponer su criterio. El fondo de sus acusaciones eran simples pretextos, porque más allá de las diferencias dogmáticas, rituales y disciplinario-canónicas, además de cierta frialdad espiritual, problemas políticos y debilidades meramente humanas, el verdadero motivo de la división religiosa del 16 de julio de 1054 lo constituye una concepción eclesial equivocada de los católicos sobre el primado papal, a través del cual el obispo de Roma se sitúa por encima de todos los obispos y creyentes, error sostenido con insistencia por los subsiguientes papas.

El Patriarca de Constantinopla, convocando a sínodo, anatemizó, el 24 de julio de aquel año al cardenal Humberto de Silva, a toda la delegación romana, e incluso al Papa León IX.

Es evidente, como sostienen muchos investigadores, que aquellos contemporáneos no eran conscientes de la gravedad de los eventos de 1054 sino que, mucho más tarde, luego de la conquista de Constantinopla – en abril de 1204 - , cuando los caballeros de la IV Cruzada asaltaron y violentaron Bizancio, esta división se hizo aún más profunda.

En los siglos XIII-XV, bajo la creciente presión del Islam, que amenazaba cada vez más al Imperio Bizantino, se intentó la unificación entre Constantinopla y Roma, porque el Papa imponía, como primera condición para enviar ayuda militar desde Occidente, la unión con Roma. De esta forma, el intento más importante tuvo lugar con el Sínodo de Ferrara-Florencia, de 1438-1439, en el que los orientales se vieron obligados a aceptar los “cuatro puntos florentinos”: 1. El Papa es la cabeza de la Iglesia entera; 2. La preparación de la Santa Eucaristía se hace con pan ácimo; 3. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Filioque); 4. La existencia del “Purgatorio”. Pero, aunque debido a presiones políticas la mayoría de los participantes firmaron este acto de unión, la Iglesia Ortodoxa nunca le ha reconocido.

Así, todos los intentos de unión entre Oriente y Occidente han sido y son condenados a fallar, toda vez que en Occidente no se acepta regresar a la tradición de los Santos Padres. Porque, en lo que concierne al primado papal, la crítica anti-romana no se refiere al mismo Apóstol Pedro y su posición personal en el grupo de los doce apóstoles o su posición en la Iglesia primaria, sino a la naturaleza de su sucesión. ¿Por qué la Iglesia Romana podría tener el privilegio exclusivo de esta sucesión, cuando en el Nuevo Testamento no se da ninguna información sobre el sacerdocio de Pedro en Roma? ¿No tendría que ser Antioquia o especialmente Jerusalén - donde Pedro, conforme a los Hechos de los Apóstoles, jugó un rol de primer plano – quienes podrían discutir con más razón el derecho de llamarse “Trono de Pedro”?

Por supuesto que los bizantinos reconocían a Roma un primado honorífico, pero aquel primado no tenía, como único origen, el hecho de que Pedro murió en Roma, sino un ensamble de factores, entre los cuales, los más importantes eran los que sostenían que Roma era una Iglesia “muy grande, antigua y conocida por todos”, según la expresión de San Irineo de León, porque en ella se guardan las tumbas de los apóstoles “corifeos”, Pedro y Pablo, y especialmente por el hecho de que era la capital del Imperio Romano; el famoso cánon 28 del IV Sínodo Ecuménico de Calcedonia insistía precisamente sobre este punto.

En otras palabras, el primado romano no era un privilegio exclusivo y divino, un poder que el obispo de Roma poseería en virtud de un mandato expreso de Dios, sino una autoridad formal, reconocida por la Iglesia a través de sínodos.


(Extraído y traducido de "Călăuză în Credinţa Ortodoxă". Por el Archimandrita Cleopa Ilie. Editura Mănăstirea Sihăstria. Rumanía, 2007. Páginas 21-33)

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