Sobre la veneración de los íconos, parte III.

martes, agosto 03, 2010 Posted by JDavidM



En general, el contacto con el observador es frontal o casi frontal, expresando la presencia concreta del santo frente al creyente, y no en cualquier otro lugar en el espacio. Pocos casos son conocidos en los que la persona representada no ha alcanzado todavía la santidad, como los Reyes Magos en la escena de la Natividad; aún más, el perfil rompe el contacto directo, enviando la mirada hacia otro plano, señalado por la misma mirada del personaje. El ensamble completo es bañado de una luz divina, de aquella luz de un eterno medio día, y por eso nos personajes no son iluminados lateralmente; la fuente de luz es interior, sin proyectar sombra alguna. En la iglesia, la luz que sale de Cristo distingue entre las personas santas que están legadas a Él, que permanecen como “luces llenas de luz”. El rostro interior del ser revela la categoría “tabórica” del alma. La luz que inunda el arte sacro es una ontológica, es ver lo invisible de las profundidades de un alma que ha conocido la transfiguración de su propio rostro. La Iglesia se convierte, en este sentido, espacio de luz; ella es luminosa, porque enfatiza el Rostro de Cristo en comunión trinitaria y el rostro de los santos en comunión con Cristos. Toda la iconografía es, de esta manera, un “topos de la Transfiguración”. Los colores brillantes no son nunca borrados u oscurecidos. El día y la noche son transfigurados con una luz no-creada. No existen íconos oscuros o luminosos, de acuerdo a los distintos momentos del día. Es el mismo Cristo, lleno de luz, en la Crucifixión y en la Resurrección, en la Oración de Getzemani o en la Transfiguración. Cada color es llevado a su extremo de saturación y ofrece una gama cromática completa. Con la excepción de algunos (oro, púrpura, azul), los colores se pueden cambiar de acuerdo al tema, de la escuela o del sentido de la composición. Así, los colores asombran, devienen sonoros y llamativos a través de su alegre densidad.

Las representaciones de los santos nos enseñan la actitud que debemos adoptar en la oración. El objetivo de la iconografía no es el de provocar y exaltar los sentimientos humanos. La imagen sacra es una vía a seguir y a la vez un medio, ella es en sí misma una oración que nos enseña a “ayunar con los ojos”, nos transfigura todos los sentimientos, pero, al mismo tiempo, no suprime nada de lo que es humano; de esta manera, la imagen de un santo no busca evitar enseñarnos su actividad terrenal, la que ha transformado en un trabajo espiritual, sea que se trate de una actividad eclesial, monástica o episcopal, una labor puramente humana, o aquella de un príncipe, soldado o médico; pero, en contacto con el mundo espiritual, dichos trabajos reciben una gracia que los ilumina, los clarifica y les da sentido. El ornamento tiene solo un rol secundario: llenar los espacios libres entre los registros iconográficos. Cuando existe, el ornamento vegetal (comúnmente, la vid, símbolo de la Sangre eucarística) contiene símbolos crísticos: el monograma de Cristo, el pavo real, cabezas de leones, áncoras, etc.

(Tomado y traducido de "Iconografie bizantina si aniconism islamic", de Emanoil Babus. Contenido en la compilación "Cinstirea sfintelor icoane in ortodoxie". Editorial Trinitas. Bucarest, 2008, páginas 96 a la 123. La imagen ha sido tomada de http://www.ikonograph.com)

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